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"Una novela debe mostrar el mundo tal como es. Como piensan los personajes, como suceden los hechos... Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos" Jane Austen.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capítulo 2





Alice, su hermana, era la mejor opción que se le ocurrió sometido a tanta presión. Estaba aparcado en un callejón sin salida, cerca de un barrio residencial, había conducido hasta allí sin rumbo hasta que había dado con el destino. Así que introdujo en el GPS la dirección; Perry Street, pero no pulsó el botón de buscar inmediatamente. Dio un golpe en el volante y se frotó las sienes. ¿Qué estaba haciendo? Sabía perfectamente el camino más corto hasta llegar allí porque había vivido dos años con su hermana. Bufó cansado y echó un vistazo a Julieta, quien dormía placidamente. El día parecía no terminar nunca. Intentó espabilarse y arrancó el coche de nuevo.

Alice tenía tres años más que él. Era pediatra y vivía con su hijo Henry, de cuatro años. El padre de Henry, la dejó cuando se enteró que ella estaba embarazada. Por eso Elliot, siempre había estado con ella, apoyándola y haciendo las veces de figura parental, hasta decidió comprarse su propio apartamento y darles un poco de espacio. A veces echaba de menos la vidilla de convivir con ellos. El jaleo de tener un niño pequeño en casa, las regañinas de Alice y el olor a comida recién hecha. Y no la del restaurante chino de la esquina.

Aparcó junto a la puerta y se bajó deprisa. Subió los escasos escalones del edificio de dos en dos y llamó repetidamente al portero. Luego apoyó un brazo sobre la puerta, dejando caer el peso de su cuerpo y miró el reloj. Casi era medianoche.

<<Abre Alice, por favor>>

-¿Sí?-contestó su hermana por el telefonillo.

-Soy Elliot, baja. Por favor.

Apareció en la puerta al cabo de unos tres minutos, asustada. Llevaba un ridículo pijama de osos de franela que en otra circunstancia, habría sido objeto de las burlas de su hermano.Nadie conocía mejor a Elliot que ella, por eso no hizo falta mucho más para reconocer el estado anímico en el que se encontraba. No abrió la boca, esperando una respuesta.

Alice tenía el pelo de color miel, al contrario que Elliot, pero ambos se parecían mucho físicamente, sobre todo en los ojos, aunque Alice medía dos palmos menos que él.

-Ayúdame- dijo, Elliot. Suspiró y la cogió de la mano para llevarla al coche. Abrió y sacó con cuidado a Julieta, que siguía sin sentido, ante la mirada descolocada de Alice.

-¡Elliot! ¿Qué...? Quiero que me digas que pasa... ¿Quién es está chica?-gritó Alice en un susurro, retrocediendo unos pasos. Se llevó las manos a la cabeza, sin dejar de fijarse en la joven que yacía en los brazos de Elliot.

-Calla, ahora te explico- contestó él y entraron en la casa.

La dejó sobre uno de los sofás del salón, le quitó los mechones sueltos que le caían sobre la cara y se sentó en el sillón de al lado. Cogió una bocanada de aire y estiró el cuello, evitando encontrarse con el interrogatorio de Alice. Poco más pudo hacer.

-Necesito que me expliques...-empezó a decir ella, prudente. Alice se acercó hasta él y se arrodilló a su lado- ¿Le has hecho algo?

Elliot la miró y se rió, observando su cara de pánico.

-¿Crees que soy de las personas que van por ahí haciendo daño a mujeres?- preguntó con ironía. Su hermana se encogió de hombros a modo de respuesta.

Después de haber recuperado el aliento, se levantó y le examina la mano a Julieta. Estaba hinchada y tenía un hematoma en los nudillos de color morado.

<<Mierda, despiértate>>

-Pero, no lo entiendo... ¿Quién es? ¿Qué le ha pasado en la mano?

-Es mi paciente-murmuró con un hilo de voz- Ve a por hielo, por favor.

-¡¿Cómo?!

-Alice, el hielo, por favor.

Puso algo de hielo en una toalla y lo puso sobre su mano hinchada. Lo mantuvo así durante un rato, reparando una vez más en la chica inconsciente del sofá. La misteriosa Julieta Pope y lo que acababa de suceder en unas oficinas. Era lo más surrealista que le había pasado en meses.

-Le ha pegado un puñetazo a alguien porque le estaba robando unos documentos en su despacho- explicó a Alice con tranquilidad- Y después le he pegado yo porque ese hombre quería hacerle daño.

-Bien-respondió suspirando y se sentó, como abatida- ¿Te ha hecho algo a ti? ¿Y por qué se ha desmayado?

-Tiene un tumor cerebral y ha perdido el conocimiento después de darle a ese cabrón... Habrá sido la tensión-Le vino a la mente la imagen que había vivido hace unos minutos- Hasta a mí me han temblado las piernas viendo a ese tío cubierto de su propia sangre y hecho una furia.

-Pobre chica... Es muy joven.

-Lo sé.

Notó un nudo en el estómago. El mismo que llevaba soportando todo el día. Se preguntó si alguna vez lograría inmunizarse de la desgracia ajena. Fue entonces cuando comenzó a mirarla con ojos diferentes. Nunca había conocido a alguien así de... temerario. Alice le dio unas palmaditas en el hombro, sacándolo de sus pensamientos.

-Vamos a acostarla en mi cuarto- sugirió ella.

Elliot volvió a cogerla y la llevó en volandas a la habitación. La dejó sobre la cama y entre los dos comenzaron a quitarle la chaqueta y el vestido. Elliot le contó más detalles de aquella noche mientras Alice sacaba una vieja sudadera de Elliot.

-¿Todavía tienes eso?-preguntó él divertido, reconociendo la prenda. Su hermana la mostró cual trofeo, mordiéndose el labio.

-Te quedaba muy bien, y a mí también... Es una sudadera sexy.

Elliot puso los ojos en blanco e incorporó el tronco de Julieta. Mientras lo hacían, repararon en la cicatriz que adornaba su pecho. Una fina linea vertical y rosada.

-No es reciente- susurró Alice, deslizando los dedos por ella.

-Ya. Unos treinta centímetros.

Cuando acabó de ponerle la ropa, la tapó con cuidado y se quedó allí plantado, embobado, sin apartar la mirada de ella. Alice parecía estar en el mismo estado. De repente, Julieta empezó a moverse, abriendo poco a poco los ojos y volviendo a encontrarse con la realidad. Al ver a Elliot y Alice, dio un salto sobre la cama. Él levantó las manos en son de paz. La única cosa que se le ocurrió que no quedaría tan ridícula.

-Shhh Julieta, Julieta... tranquila. Soy el Doctor Evans ¿Te acuerdas de lo que ha pasado?- Ella frunció el gesto, se incorporó y se lleva la mano a la cabeza. Produjo un quejido lento y reparó en su mano maltratada.

-Joder...-se quejó con un hilo de voz. Observó a Elliot un instante, con un gesto de dolor que no era físico, sino resultado de recordar lo que la ha llevado hasta allí. Ya no quedaba mucho de valiente, ahora solo era una mujer avergonzada- Lo siento...

-No pasa nada- le dijo Elliot, sonriente- Fue divertido... Hasta que te desmayaste.

Julieta le devolvió el gesto, más tranquila. Él puso de nuevo la toalla sobre su mano.

-¿Dónde estoy?-preguntó mirando la habitación y deteniéndose en Alice.

-En casa de mi hermana, Alice- Ella examinó a la hermana de Elliot, que levantó la mano para saludarla.

-Gracias-añadió. Sus labios se torcieron hacia arriba con timidez. Miró a Elliot de reojo y se puso colorada- Tengo que irme...

Se incorporó de pronto, pero Elliot la frenó poniéndole la mano en el hombro.

-Espera...¿Te encuentras bien?

-Sí... Genial- mintió ella y se puso en pie. La habitación giró ante ella y se apoyó en el brazo de Elliot-Tengo un poco de sed. De verdad, no quiero molestaros

Se sentó en el borde de la cama pero Alice la obligó a meterse dentro.

-Eh... No pasa nada. Aquí no molestas- la convenció-Te traeré un poco de agua.

Cuando los dejó solos, ambos supieron que tenían una conversación pendiente, pero ninguno tenia claro como empezar.

-Lo siento, de verdad... Y mañana no llegaré al juicio-empezó Julieta. Se recuestó sobre la almohada y respiró profundamente- Te debo una.

Elliot se aclaró la garganta con nerviosismo.

-Bueno, creo que deberías dormir. Mañana no tengo consulta hasta las cinco. Te llevaré a casa... No te preocupes por nada. Descansa- Concluyó y se dirigió a la puerta.

-¡Elliot!- Lo llamó Julieta antes de que desapareciera en el umbral. El interpelado se dio la vuelta. Ella lo miró fijamente con ojos vidriosos – Gracias.

-De nada.

Volvió al salón. Alice estaba en el sofá. Se sentó su lado y bostezó, cansado. Su primer día había sido un suplicio. Su hermana apoyó la cabeza sobre su hombro.

-¿Y Henry?- preguntó Elliot, reparando en el silencio de la habitación.

-Duerme, gracias a Dios- bromeó y sacó un libro de cuentos de debajo de un cojín- ¿Por qué la has acompañado a su oficina?

-No lo sé... Es que, me vi obligado.

-Yo creo que te gusta... La miras de una manera diferente.

-La he conocido hace unas horas, Alice- repuso alarmado y la fulminó con la mirada.

-Ya... Pero ¿Acaso no la has seguido? ¿No has pegado a un tío que le ha hecho daño?

-Eso lo haría cualquiera. Además, está enferma.

-¿Lo has hecho por eso?-volvió a preguntar Alice. Elliot se quedó en silencio.

-En realidad, no sé porque lo he hecho... Déjalo ya-contestó al fin.

-¿Duermes aquí?

-Sí... Mañana nos iremos temprano.

-Tranquilo, me gusta que haya gente en casa-reconoció ella. Elliot besó a su hermana en la mejilla- Me voy a la cama. Buenas noches.

-Gracias-

Elliot se quedó en el salón unos minutos, reflexionando sobre la conversación que acababa de tener con Alice. Y de una cosa estaba claro: Julieta invadía su mente. Era como si tuviera la necesidad de saber más de ella, la necesidad de querer seguirla. Se levantó y fue hasta su antigua habitación. Rebuscó hasta encontrar uno de sus pijamas compuestos por un pantalón de chándal y una camiseta, y se metió en la cama. Sonrió al recordar lo sucedido en el bufete. Nunca le había pegado a alguien así desde la universidad, y fue mientras estaba borracho, así que no contaba. Puso el despertador a las siete y se quedó observando el techo iluminado por la luz que entraba por la ventana.

Después de un rato intentando conciliar el sueño, se decidió a levantarse, incapaz de seguir dando vueltas sobre el colchón. Salió sigilosamente al pasillo y , sin pararse a meditarlo demasiado tiempo, abrió la puerta de al lado, donde se encontraba Julieta. Luego se apoyó en el marco de la puerta, observando su sueño tranquilo. A penas la veía en la penumbra, solo se distinguía su cabello rubio. Ella se movió y Elliot retrocedió. No quería que pensara que además de médico era un psicópata obsesivo, y eso lo que estaba logrando. Fue entonces cuando su invitada comenzó a susurrar algo en sueños y la curiosidad lo llevó a acercarse un poco más.

-Por favor... Por favor no -sollozaba.

<<Esto no está bien. Sal, Elliot.>>

Así que salió. Sintiéndose mal, como un niño que espiaba una conversación de mayores. Se metió en la cama y recapacitó todas esas horas frenéticas hasta que quedarse dormido.

El despertador sonó a las siete. Una oleada de imágenes del día anterior sucedió como un fogonazo en sus pensamientos nada más abrir los ojos. Se dio una ducha para despejarse y salió de la habitación. Oyó sonidos que provenían del salón. La casa entera parecía estar en pie.

-¿Qué te ha pasado ahí?-era la voz de Henry.

-Bueno... Es que, anoche me pelee con un león-respondió Julieta.

Elliot echó un vistazo dentro. Julieta estaba sentada en el sillón y Henry la miraba embobado a su lado, como si fuese un juguete nuevo.

-¿Un león?-volvió a preguntar, con los ojos como platos.

-Un león gigante- respondió Julieta y levantó mucho el brazo para simular el tamaño del animal.

Él niño abrió la boca formando una "o" y miró a su madre que le está vendando la mano a Julieta. Ella asintió con entusiasmo.

-Buenos días-saludó Elliot con una enorme sonrisa al ver la escena.

-¡Tito leliot!- gritó el pequeño y corrió hasta él para lanzarse en sus brazos.

-Dios mío... ¡Qué grande estas!

-Julieta se ha peleado con un león-le informó y luego la señaló.

-Sí... Yo le ayudé ¿Eso no te lo ha dicho?- El niño se tapó la cara con sus pequeñas manos, como horrorizado por la aventura de su tío. Julieta se sonrojó y Alice y ella rieron con la ocurrencia.

Elliot se colocó en el sillón, al lado de Julieta. Ella llevaba aún su sudadera y un pantalón de chándal de Alice. El pelo lo tenía despeinado... Suelto, muy largo y revuelto.

<<Sexy. >>

-¿Estás mejor?- se interesó él, desviando su atención del aspecto físico. Le cogió la mano y le tomó el pulso.

-Sí... Aunque me vendría bien ir a casa-Julieta sonrió con timidez, mirando hacia el suelo y levantó la vista de sus manos. Sus miradas se cruzaron unos segundos, consiguiendo que los dos se pusieran como un tomate.

-Si quieres nos vamos ya- propuso y ella asintió. Ambos se levantaron a la vez, quedándose a escasos centímetros el uno del otro.

-Lo siento- se disculpó Julieta con una risita nerviosa. Puso las manos sobre sus brazos instintivamente.

-Perdona-acertó a pronunciar Elliot, cuya sonrisa la conseguió intimidar un poco.

-Eh... Voy a recoger mi ropa-Dijo y desapareció por el pasillo. Él la esperó unos minutos, hasta que salió con una bolsa y algo más aseada, con una enorme coleta alta.

Se despidieron de Alice y Henry y salieron del apartamento. Al meterse en el coche, él se aclaró la garganta y formuló mentalmente la pregunta antes de que se formara en su boca.

-¿Dónde vives?

-En... el Upper East Side- contestó Julieta con un hilo de voz.

<<Y vive en la zona más rica de Nueva York, claro...>>

Siguió sus indicaciones hasta que llegaron a un gran edificio. Justo enfrente de Central Park. Enorme. Gigante. Lujoso.

-Le invito a desayunar, doctor Evans-se ofreció Julieta cuando apagaron el motor del coche. Elliot no podía negarse, en realidad, estaba encantado con la idea de poder pasar un poco más de su tiempo con la señorita Pope.

-No quiero ser una molestia- respondió caballerosamente. Julieta se rió.

-¿Molestia?-levantó la mano, dejando ver su vendaje-No sea maleducado. Necesito ofrecerle un poco de mi hospitalidad por lo que ha hecho. De verdad. Si no seguiré sintiéndome mal.

-Está bien.

Entraron en el hall del edificio. Un lugar amplio y lujoso, de estilo antiguo, con una enorme lámpara dorada en el centro, de decenas de bombillas, que se llevaba todo el protagonismo del lugar.

-Señorita Pope, buenos días- La saludó alegremente el portero-Señor-dijo al ver a Elliot.

-Hola Jerry ¿Qué tal está su hijo?- preguntó Julieta y se paró a su lado.

-Muy bien, señorita..

-¿Y su mujer?-se interesó ella de nuevo.

-Se encuentra bien... Ahora mucho mejor- respondió amablemente.

-Me alegro mucho, Jerry. Que pases un buen día- se despidió con una gran sonrisa mientras se metían en el ascensor-Deles recuerdos.

-Se los daré.

Julieta marcó un código numérico largo y comenzaron a subir hasta el ático.

Ese lugar, el hogar de Julieta, era un lujoso ático, que añadiendo lo que suponía ya su situación, estaba exquisitamente decorado en tonos suaves, que contrastaban con los muebles oscuros y los coloridos cuadros de las paredes que retrataban lugares realmente maravillosos. Uno de ellos, les quitaba protagonismo a los demás. Solo, en una pared blanca, era como una puerta a un atardecer en la playa. Todo esa majestuosidad la remataban las preciosas vistas a Nueva York que le otorgaban los inmensos ventanales de doble cristal..

-Es un ático alucinante- admitió Elliot, maravillado y embobado a partes iguales.

-Gracias... Acabo de redecorarlo.

Lo condujo hasta la cocina ante la atenta mirada de Elliot. Como el resto de el ático, era también enorme, con modernos muebles de color pistacho y una gran isla de madera en el medio. En ese momento, sobresaltándolos a los dos, entró una señora por la puerta que había justo al otro extremo de la estancia. Una mujer mayor, de pelo canoso y tez oscura. Su rostro no parecía muy amistoso y sus ojos estaban brillantes a causa de las lágrimas.

-Me tenías muy preocupada- admitió sollozante- Ya estaba pensando en llamar a todos los hospitales de Nueva York.

-Lo siento, Teresa... No me acordé de avisarte... Lo siento- respondió Julieta, afligida, sintiéndose muy culpable. Se acercó hasta la mujer y le dio un abrazo. Cuando se separaron, miró a Elliot- Este es... Elliot Evans. Me ha traído a casa... Anoche... bueno, ya te lo contaré más despacio. No te preocupes.

Elliot se acercó hasta ella y se estrecharon la mano educadamente. Teresa le dedica una enorme sonrisa de agradecimiento.

-Gracias por traerla a casa.

-De nada, señora- repuso él y se aclaró la garganta algo avergonzado.

-¿Preparo el desayuno?- preguntó Teresa a ambos.

-Eh... No. Puedes seguir con lo que estabas haciendo. Me apetece cocinar-le dijo Julieta. Teresa asintió y salió de la cocina-Puedes sentarte, no muerdo-bromeó, dirigiéndose a Elliot que estaba muy rígido.

-Eso díselo al tío de anoche-contestó él, sentándose en una de las banquetas. Julieta sonrió ante su ocurrencia y sacó un bol de frutas del frigorífico.

-Tengo un caso difícil... Maltrato a una menor. Ese hombre se hace llamar abogado, pero juega sucio, forma parte de la defensa del agresor. Se deja sobornar fácilmente. No es la primera vez que hace algo así para ganar- explicó ella, cortando una manzana en taquitos. Elliot la escuchaba atento y embobado también-Perdona, no quiero aburrirte...

-¿No es la primera vez que agrades a ese tipo?- le preguntó sin pensar, arrepintiéndose justo al segundo, al ver la cara de Julieta- Lo siento, no tenía que habértelo preguntado.

-No, no, está bien... Era la primera vez que le pegaba a alguien desde el orfanato, supongo que será debido a lo que invade mi cerebro. No controlo bien ¿Alguna pregunta más, doctor-contestó ella, divertida.

Se quedó algoextrañado al escuchar la palabra orfanato. Sabía que no debía preguntar más, pero algo en su interior le instaba a hacerlo, como una fuerza que era más imponente que su propia prudencia.

-Anoche, bueno... Alice te quitó el vestido... y pude ver que- El gesto de ella era imperturbable, así que se animó a escupirlo de una vez-¿Por qué tiene una cicatriz en el pecho?

Julieta se ruborizó, pero no cambió su expresión. La incomodidad del silencio era el único sonido que había en la cocina.

-Un accidente de coche, hace unos meses- explicó sin darle importancia y se giró para servir la leche- ¿Café?

-Sí, gracias ¿Descubrió entonces que tenía cáncer?

Puso la cafetera sobre el fuego, de espaldas a él, evitando que encontrase dolor en sus ojos.

-Sí... El accidente fue por mi culpa- susurró ella, con un nudo en la garganta. Dejó el cuchillo sobre la mesa y lo miró- ¿Por qué ese interés por mí?

Elliot se vio desarmado ante la cuestión. La miraba absorto sin encontrar una respuesta coherente.

-Me resulta interesante... Creo.

-¿Yo?-comenzó a reír con ganas, arqueando la espalda hacia atrás-Resulta raro. Usted es raro. Para empezar dudo que vea la tele o lea titulares de revistas, suelo aparecer mucho, para mi desgracia.

-Lo siento. Es más otra cosa, usted, esta casa, su trabajo... Es muy joven- balbuceó sorprendido y algo molesto ante su reacción.

-Tengo veinticinco años. Soy joven, en edad, pero me siento muy vieja, Elliot-se sinceró dejando de reír- ¿Nada que decir?

<<De nuevo sin palabras. >>

-Ahora mismo, no.

-Quizá la comida le ayuda a encontrar más preguntas.

-Siento habérselas hecho, soy su médico y...

-Ya. No tienes por qué saberlo, pero es importante entenderme. Entiendo que seas cauteloso con tu trabajo, quien sabe si no finjo y me soy una drogadicta que busca su chute de analgésicos.

Elliot rió por lo bajo.

-Dudo que lo seas.

-Y yo dudo que seas un cotilla.

Elliot asintió divertido, mientras ella le servía un café y tostadas de mermelada y fruta. Luego, fue a la vitrina, sacó un frasco de pastillas, cogió una y se la metió en la boca. Se sirvió un zumo de naranja y se sentó enfrente de él.

-Gracias por el desayuno, y perdona la indiscreción... No sé porqué parezco tan imbécil esta mañana.

-No pasa nada. No hay mucha gente que me pregunte por mi vida privada, por el mero hecho de considerarme... Interesante- admitió con una sincera sonrisa que consiguió relajar a Elliot.

Desayunaron mientras hablaban de cosas sin importancia como el trabajo de ambos, la ciudad y el tráfico de las semanas que precedían a la navidad. Hasta que, finalmente, al acabar su fructuosa charla, Julieta lo acompañó a la salida.

-¿Puedo invitarla a cenar? ¿El sábado?-le dijo Elliot, de repente, antes de despedirse. La pregunta le llevaba rondando mucho tiempo. Julieta lo miró perpleja un segundo, antes de desviar la mirada. Se pasó varias veces la mano por la frente, nerviosa.

-No creo que sea buena idea- contestó y le dirigió a Elliot una mirada triste- Nos vemos el martes en la consulta. Te llevaré la sudadera y la ropa de Alice... Y gracias por todo, Elliot.

-De nada... Quédate la sudadera, te sienta bien- admitió con tristeza, señalándola. Julieta se ruborizó y esbozó una mueca de felicidad.


-Adiós, Elliot, ha sido un placer.

La puerta se cerró. Y él se quedo parado, sintiéndose imbécil, aún con la mano alzada para despedirse.

Suspiró y se dejó caer en la pared del ascensor, cruzado de brazos. Comenzó a meditar cada parte de la conversación. A pesar de todas las preguntas, su interés por Julieta crecía y se arraigaba con fuerza a él.

3 comentarios:

  1. ME ENCANTA!
    Son tan monos y el hijo de Alice es muy gracioso :)
    Un beso

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  2. Jope ! ¿Por que le dice que no? :(
    Que mono el nene pequeño :')

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  3. Me gustaa mucho tu blog, y la historia :O increiblee !! jaajaj sigue asi *las canciones, geniales*

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