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"Una novela debe mostrar el mundo tal como es. Como piensan los personajes, como suceden los hechos... Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos" Jane Austen.

martes, 23 de diciembre de 2014

Capítulo 16




Amaneció como tantas otras mañanas, en las que todo parecía tremendamente ordinario. Las sábanas en las que estaba envuelta desprendían un olor a hogar, a limpio y flores. La luz que entraba por el ventanal iluminaba la habitación trazando líneas discontinuas que se perdían entre las cortinas blancas… Estiró los pies y dejó escapar un suspiro de puro bienestar. Pero entonces pensó que no recordaba haber llegado hasta su cama la noche anterior.

Que aquello era lo contrario a una mañana ordinaria.

Julieta se incorporó deprisa y todo llegó en una sola imagen, en unos pocos segundos que nublaron todo lo maravilloso que podía haber sido ese despertar… de no ser porque era ese mismo despertar, en ese mismo día.

-Mierda-susurró, mirando su brazo del que salía un cable que iba a parar al suero. Observó unos segundos aquella bolsa con pequeñas letras que colgaba a su lado, riéndose de la situación… de ella, como una vieja amiga.

Se encontraba perfectamente, como si las últimas horas hubieran sido semanas enteras de descanso después de que su vida decidiera ponerse boca abajo. Miró su iPhone para cerciorarse de que era al día siguiente. Eran las doce de la mañana y sus tripas empezaban a quejarse por al hambre.

Entonces pensó en Elliot, en que debía estar en el piso de abajo, quizá enfadado o preocupado por todas las incógnitas que le había planteado en el baño mientras estaba desnuda en una bañera. Decidió catalogar el momento como bochornoso e irreal, y reflexionó la posibilidad de que se hubiera cansado de ella, que estuviera sola y que hubiera vuelto a África con Isaac, lejos de una madre perturbada.

Sabía que resultaba absurdo tener esa idea de Elliot. Engañarse a sí misma, intentar dibujar una imagen irreal de él, de alejarse de la persona que quería de un modo que le provocaba un enorme vacío en el pecho.


Se deshizo de aquellos pensamientos egoístas y salió de la cama para encarar el problema. Tenía que hablar con él, plantearse como iban a transcurrir las cosas a partir de ahora, aunque realmente no tuviese muy claro el motivo por el cual tenía que tomarse esas decisiones. Estaba enferma, y estaba segura, aunque no en el grado en el que lo estaba, ni en las consecuencias que tendría. Aquello le provocó un escalofrío, así que hizo lo posible por olvidarse de lo que no podía controlar.

Al entrar en el baño supo que la cosa iba a resultar difícil si aparecía con aquellas pintas. Tenía el pelo enredado, incluso desistió de la idea de intentar alisarlo antes de empezar. Se hizo una coleta, lo suficientemente arreglada como para que no diera la impresión de que estaba tan mal, pero no tan bien como para que se notara que quería engañar a todos fingiendo que no pasaba nada. Tapó las ojeras con maquillaje y se dio color en las mejillas, para después ponerse una sudadera ancha y parecer que simplemente era un día como otro cualquiera, en que madrugaba para hacer running.

Con la única diferencia de que no lo era.

Cuando comenzó a bajar las escaleras escuchó algo que le hizo parar en seco y cerciorarse de que Elliot no era el mayor de sus problemas...  Las voces de Andrew, Charlie, y ¿Jess?

Su corazón dejó de latir unos segundos, intentando reponerse de lo que provocaba su presencia allí, en su hogar. Negó varias veces en silencio, parada entre dos escalones, esperando que alguien dijese algo más para identificarla o con suerte, no hacerlo. En aquel momento no hubiera sido tan terrible que ese sonido fuera producto de su imaginación.

-Puede que no deba llegar a ese punto-dijo una voz femenina. La de Jess.

Se agarró a la barandilla con fuerza para no caerse de bruces y que la descubriesen allí agazapada y temblorosa. Era ella. Estaba segura de que era ella, conversando con Andrew y Charlie… y lo más desesperante era que lo hacían en un tono cordial.

Sólo había algo peor que eso, que hubiera alguien más con ellos. Alguien demasiado destrozado como para pronunciarse. Esperó unos segundos agonizantes a escuchar la voz de Elliot, pero nada entre las demás. Su cuerpo era una explosión de sentimientos encontrados: Rabia, miedo, inseguridad, sorpresa. Todo al mismo tiempo, intensificados a la máxima potencia. Ni siquiera tenía claro que debía hacer, ni qué decirles en su defensa… si era necesaria una defensa.

Finalmente optó por no pensar y dejar que sus pies se caminaran solos hacia el problema, así que se acercó a ellos con decisión, lo suficiente para que su presencia no pasara inadvertida. Los tres la miraron con asombro, parecían incluso relajados sentados en el sofá. La mirada de Julieta fue a parar a Jess, de nuevo en su papel de chica reafirmada. Parecía incluso una persona normal, allí con su blusa azul, sus salones negros y su nueva, correctísima y peinada melena pelirroja.

-¿Qué coño haces en mi casa?-le preguntó, furiosa, notando como sus mejillas se encendían.

Ella la miró unos instantes y agachó la cabeza, fijando la vista en el suelo, sin decir una sola palabra, ni siquiera sarcástica. Aquel comportamiento llegó a sorprenderla, incluso empezó a sopesar que tuviera un trastorno de personalidad múltiple. Jul sonrió ante esa escena tan cómica “Jess, sintiendo vergüenza de la situación.” Quería golpearla con fuerza, darle de lleno en esa timidez falseada que brotaba de un día a otro, forzarla a responder y puede que también echarla de su apartamento.

Pero se cruzó de brazos y esperó sin más, como si tuviera cuatro años y fuera una mera rabieta.

-No pasa nada… la hemos llamado nosotros-se apresuró a aclarar, Andrew, que había tardado unos pocos segundos en llegar hasta su lado.

Se volvió para dirigirse a él y dedicarle una mueca de asco, la cual sabía que se merecía por acabar con su confianza. Pero su gesto, marcado por las arrugas de su frente, hizo que respirara hondo antes de volver a gritarle. Daba la impresión de que llevaba toda la noche sin dormir.

-¿Cómo…? ¿La habéis…?

-Cálmate-murmuró Charlie, haciéndole un gesto para que se sentara-¿Estás bien?

Andrew ya tenía su mano sujeta con fuerza y la conducía hacia el sofá. En otro momento quizá se hubiera molestado en forcejear, pero en aquel punto, con Jess delante suya en modo afligida, hacía que no hubiese nada más importante que ella.

-Sí, ¿Cómo te encuentras?-repitió él en voz baja, acariciándole los nudillos de la mano.

Levantó las manos en señal de rendición y después señaló el suero, frunciendo los labios.

-Mejor, ¿Vale?- les soltó intentando que no se desviaran del tema -Y ahora explicaros, ¿Dónde está Elliot? ¿Se lo habéis contado…?-entonces recordó que su hermano también era ajeno a toda aquella situación y bufó mientras lo señalaba-Espera… ¿Qué sabes? ¿Qué…?

Ninguno tenía la intención de abrir la boca y relatar los hechos. Parecían tres estatuas con expresión taciturna, por lo que empezó a tener muy claro que podía explotar de rabia allí mismo, de manera literal, si alguien no despertaba pronto de ese inexplicable letargo y comenzaba a hablar.

-Mejor esperamos a que venga Elliot… no iba a tardar mucho así que…-empezó a responder Charlie, inquieto.

Así que la realidad era que él lo sabía, o que sabía algo, de un modo u otro. Jess estaba en su apartamento, por lo que Elliot la habría visto mientras ella dormía, quizá incluso habían intercambiado unas palabras… puede que el tiempo suficiente para que hubiese descubierto lo que llevaba meses intentando ocultarle.

Todo, incluso lo peor. Y ahora debía esperar sentada a que él volviera para encararle y revivir demasiados momentos angustiosos. Le empezaban a sudar las manos con sólo planteárselo.

-Vaya, por lo que veo no hay mucho de lo que hablar-murmuró, parpadeando varias veces para lograr centrarse en la realidad.

Y es que de nuevo todo se volvía desordenado e imperfecto. Cada cosa de la que podía pensar que estaba asegurada, o controlada, se escapaba entre los dedos de la mano. No tenía ni idea de cómo podía haber alcanzado ese punto crítico en unas pocas horas. Un tiempo que se podía contar con un simple reloj. Un retrato cómico que volvía a retratarla.

-Jul, no pretendemos que te sientas mal con esto-añadió Charlie, con un hilo de voz-Necesitas descansar y estar tranquila. El estrés no es buen consejero.

No podía quedarse allí y escuchar la manera en la que se excusaban basándose en su bien, como si esperaran un agradecimiento por las molestias. Era la gota que colmaba el vaso, la que necesitaba para levantarse y marcharse de allí. Aunque realmente no sabía si era acertado, como siguiente paso.

-Genial, todo me parece perfecto, ahora si me disculpáis, quisiera seguir con mi día. Y llego tarde a trabajar-les informó, quitándose la vía del brazo.

-Julieta, ¿Qué se supone que haces?-preguntó Andrew, crispado. Fue hasta ella y le agarró los brazos, mirándola fijamente- Estás cansada… Seguro que si nos sentamos a hablar podemos solucionarlo.

-Suéltame, Andrew, ¡Tú si que estás cansado, mírate! Y yo necesito tomar el aire. Aquí el ambiente se ha puesto algo tóxico-dijo, lanzándole una mirada fulminante a Jess, que la escudriñaba de reojo.

Salió con lo puesto, el móvil y las llaves del coche. Al llegar al ascensor, se apoyó en la pared, cerró los ojos y respiró hondo. Era exasperante imaginar una y otra vez los detalles de lo que se había perdido esa noche. El comienzo… o el detonante que les llevaba hasta aquel lugar. A una reunión clandestina en el hall de su piso. Después de unos segundos y varios pisos, sus dolores de cabeza se redujeron a sólo alguien; Elliot y todo lo que estaría suponiendo aquello para él. Pensó en su hipotética reacción, su hipotética histeria, su hipotético dolor… hasta el punto de que la mera suposición le cortaba el aliento. Se sentía y miserable y egoísta por monopolizar su conciencia en una única persona, pese a Andrew y su intento por hacerla feliz. O Charlie y lo que le afectaban sus problemas a él mismo y al resto de la familia.

Una vez en el coche, encendió la radio y se agarró con fuerza al volante, como si fuera un método patentado para canalizar la ira que sentía. Si aquello podía llamarse así. Después sacó el móvil y llamó a su despacho para hablar directamente con Lydia. Necesitaba ocupación.

No tenía ni idea de hacía dónde quería ir, ni siquiera estaba segura de qué iba a hacer a continuación. Sólo necesitaba escapar, un instinto animal que advertía una retirada cuando los sucesos eran tan inaccesibles que podían convertirse en una verdadera amenaza.

-¿Julieta?-preguntó Lydia, perpleja. Julieta supo entonces que debían haberla llamado para decirle que estaba enferma.

-Hola, sí, soy yo-explicó, tan animada como podía fingir estar.

-Pensaba que estabas…

-Estoy genial—la cortó.-Me dejé la agenda en la oficina y no recuerdo lo que tenía programado para hoy- fingió una risita y miró hacia la ventanilla para asegurarse de que no la había seguido nadie. El parking estaba vacío-Perdona, últimamente te estoy dando mucho la lata.

-Eh… no te preocupes… es que pensaba que, bueno… no importa ¡Sí, la agenda!

-Gracias.

Hubo un silencio al otro lado de la línea, en el cual imaginó a su secretaria alertando a todo el mundo, trazando un plan para esperarla con decenas de médicos y psiquiátras comandados por Elliot. Desechó ese tétrico supuesto, sabiendo que debía ser fruto de su decadente estado mental.

-Julieta, no quisiera meterme dónde no me llaman pero a primera hora me ha llamado Andrew… no parecía muy animado. Verás, me aseguró que no te encontrabas bien y que cancelara toda tu agenda… ¿De verdad estás bien? Quiero decir, lo siento, está resultando un tanto extraño y…

Julieta apretó los labios y negó con la cabeza varias veces. Necesitaba actividad, planes, trabajo. Un sinfín de horas ocupadas que la alejaran de la desquiciante realidad, a poder ser el mayor tiempo posible.

-Lydia, te aseguro que me encuentro a las mil maravillas ¿Podrías volver a programar las citas?

-Por supuesto, la revista Vanity me ha llamado varias veces para volver a concertar la entrevista... estarán encantados-a Jul se le formó una sonrisa al escucharla. Aquellos planes la mantendrían muy ocupada, incluso entretenida- ¿Te parece bien a las dos de la tarde? El redactor acaba a las una pero creo que te podrá hacer un hueco.

-Genial, me parece perfecto. Muchísimas gracias, no sé qué haría sin ti.

-Por eso me pagas ¿no?-bromeó Lydia, haciendo sonar una risa nerviosa.

-Claro, siempre lo olvido...¿Y cómo es que han adelantado la entrevista? ¿No era el martes?

-Mmmm, hoy es Martes.- contestó y bufó, haciendo sonar un ruido fuerte en el teléfono- No sé aún el lugar pero te mandaré la localización de la cita a tu móvil. Creo que será un uno de esos cafés tan chic que le gustan a los periodistas, de los que llaman íntimos pero que toda Nueva York conoce.

Julieta sabía a lo que se refería. Era la parafernalia que acompañaba a la alta sociedad Neoyorquina: Restaurantes demasiado pretenciosos, cuya popularidad duraba menos de dos semanas, hoteles que ofrecen servicios novedosos, como habitaciones sin wifi o anti móviles y que no siempre resultan atractivos si la estancia dura más de 24 horas… Nada que ver con lo que recordaba de su niñez en Inglaterra, en donde la discreción y los lugares más tradicionales abundaban entre la gente pudiente.

-Intenta que en el sitio no hayan camareras semidesnudas en patines, he estado en sitios así y no es agradable-rogó, divertida, recordándolo.

Aunque la sonrisa se borró con rapidez al ver a Elliot en esa imagen del pasado, mientras reían a carcajadas al ver el modo ridículo en que las camareras hacían grandes esfuerzos por no tropezar e intentaban seguir siendo modelos de revista.

-Lo intentaré, pero no prometo nada. Vanity elige el lugar por el tema de las fotos, confiemos en su buen gusto ¿Necesitas algo más?-la voz de Lydia la sacó de sus pensamientos de golpe, parpadeó varias veces y asintió con energía, como si ella pudiese ver su gesto.

-No, no, nos vemos en una hora, tengo que hacer algunas compras y…

-¿Entonces tendrás tiempo para el juicio de Marta Snitch? Es por la tarde… Le he dicho a Sanders que se encargara, ya que estuvo contigo en la revisión y durante todo el proceso. Lleva sólo unos pocos meses con nosotros pero se ve que es una chica espabilada, el otro día incluso…

-¿Sanders? ¿La chica rubia tan tímida?-la cortó Jul.

-No, es rubia pero tiene el pelo rizado, y no, no es tímida. Tomasteis café juntas el otro día… Estudió en Columbia y su padre...

-¡Ah, sí! Sara Sanders, claro, sí. Dile que lo prepare, le vendrá bien para practicar, aunque creo que llegaré a tiempo. De todas formas agradeceré su ayuda.

-Genial, lo preparo todo.

-Gracias Lydia… Otra vez. Nos vemos luego.

Después de colgar, en la pantalla del móvil aparecieron dos notificaciones de mensajes. Ambos de su madre, lo que logró que volviera a respirar con normalidad. Al menos hasta que los leyó.

“Elliot volvió a dejarme a Isaac esta mañana, no parecía muy contento, ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?”

“Llámame cuando tengas un rato”


Cuando acababa de leerlo y empezaba a sentirse miserable, en la pantalla apareció el nombre de Mathilde, llamándola. Colgó antes de que fuera demasiado débil y contestara para pedir algo de apoyo, aunque sabía de qué parte iba a estar ella. A los segundos volvió a llamar, pero volvió a colgar y apagó el iPhone. Respiró hondo y arrancó el coche sin pararse a meditarlo un segundo más.

Condujo durante media hora por la gran ciudad. Compró comida para llevar de una hamburguesería del centro y después fue hasta Chanel, en la calle 57. Por suerte, la conocían y eso facilitaba no sentirse tan incómoda con el aspecto deportivo que llevaba. Los dependientes la atendieron como de costumbre, con aquella teatralidad tan estudiada que catalogaba a los trabajadores de aquellas firmas, que vendían unos salones y parecía que estuvieran en uno de los mejores días de sus vidas.

Un vestido gris de corte recto, un blazer negro, un colgante dorado y unos salones azul eléctrico consiguieron que se sintiera de nuevo como una abogada de Nueva York. Incluso se lo llevó puesto, por muy poco elegante que quedara… Eran medidas desesperadas. La empleada que la atendía, una tal Rose, de unos cincuenta años, alguien que llevaba varios años trabajando para la firma le ofreció una sesión de maquillaje y peluquería antes de que se fuera.

Julieta se desahogó un poco con aquella mujer, le contó que no llevaba un buen día y que no había podido ir a casa por una reunión que se alargó. Una historia fácil de creer. Quedó tal y como una millonaria de otras tantas que podían pasar por allí, que ni siquiera sabe en qué día vive. Hijas de alguien con más dinero del que pueden gastar y más noches que días en el calendario.


De vuelta al coche, volvieron a asaltarla los acontecimientos que habían tenido lugar no hacía mucho en su apartamento. No conseguía parar de darle vueltas a lo mismo, la causa de que se sintiera rara y cada vez más culpable: Elliot y su conversación pendiente. Pero la distancia física había logrado que, al menos, no pareciera el fin del mundo, sino otro contratiempo más en una mañana fresca de agosto.

Luego estaba lo demás: ¿Debía estar conduciendo? ¿Sola? ¿Trabajando? ¿Estaba realmente enferma o las caras de lástima que la habían recibido en el hall eran fruto de otra cosa?

Definitivamente la última pregunta era un resquicio de esperanza que veía demasiado lejano como para prestar atención. Así que intento ignorar todos aquellos interrogantes y centrarse en lo principal: Seguir adelante con ese día. Trabajar, ir de compras, distraerse… vivir.

Encendió con temor el iPhone y esperó a que la pantalla se llenará de notificaciones pendientes.

9 llamadas perdidas.

27 mensajes nuevos.

Abrió el mensaje de Lydia en que detallaba la dirección de un café en Queens, llamado Norma’s. Introdujo el nombre en el GPS, ignorando los demás mensajes y las llamadas perdidas de Mathilde.

Llegó en unos veinte minutos. Allí la esperaba, con una amplia sonrisa, el redactor de Vanity Fair, Leith Jefferson. Un hombre de unos cuarenta, elegante y atractivo. Llevaba barba y una melena bien cuidadas. La saludó con un fuerte apretón de manos y le invitó a sentarse a su lado, en una mesa pequeña de madera, con banquetas de color rojas.

Julieta observó de reojo la decoración hogareña del café, que bien daba la impresión de estar en un salón de casa. Pensó que ese lugar acogedor era un buen sitio para sincerarse y eso es lo que alguien con varios años de práctica habría buscado para una entrevista.

-Encantado de conocerte, Julieta.

-Lo mismo digo-repuso ella.

-¿Café? –preguntó, llamando a la camarera (la cual no llevaba patines).

-Con leche y canela, por favor.

-¿Canela, eh? A mi mujer también le gusta así.

-Le da un toque especial, el café normal está sobrevalorado-contestó Julieta, con una sonrisa cómplice.

-He de confesarte que no pude participar en la entrevista que nos distes hace un par de años, celebrando el día de las mujeres emprendedoras… ya que claro, quedaba mejor si la entrevista la hacía una mujer. Pero la leí e hice las correcciones y estaba deseando entrevistarte yo mismo.

En apenas unos minutos Julieta se dio cuenta de la estrategia que seguía. Intentar ganarse su confianza y conseguir palabras mucho más reveladoras de las que ella tenía la intención de darle. La primera parte de la entrevista transcurrió con normalidad, preguntas formales en las que se tendía a dar detalles de su personalidad, aficiones, música, moda… todo en un tono relajado y formal. Después, dio paso a preguntas más personales, que cada vez le costaba más responder.

-Eres una madre muy joven y además entregada ¿Qué supuso para ti la maternidad a la edad de veinticinco años?-preguntó, mientras revisaba su cuaderno y la miraba intermitentemente.

Esa no podía ser una pregunta fácil, sobre todo después del calvario que supuso que se hubiera quedado embarazada por error. Que Elliot entrara en pánico y se marchara, que estuviera enferma… que cada cosa sujeta a cambios y variaciones cayera en picado inevitablemente.

Tragó saliva y respiró hondo. Llevaba días sin ver a Isaac y hasta aquel momento no se había dado cuenta de cuanto había sido. Así que la pregunta tenía más carga emocional de la que esperaba.

<<Soy una mala madre-pensó para sí>>

-Bueno, la maternidad es genial, aunque es dura, y más cuando tienes que trabajar más de siete horas diarias. Supongo que para mí no fue fácil, dado que estaba prácticamente con un pie en el otro barrio cuando me quedé embarazada-sonrió y negó varias veces- creo que eso lo hizo más maravilloso. Tome una decisión y me ha llevado hasta aquí. Aunque fue lo más difícil que he hecho hasta ahora… pero ahora tengo a un torbellino que me da muchos más momentos de felicidad de los que tenía, aunque tenga muchas más ojeras que antes.

Leith Jefferson le sonrió también y la miró unos segundos hasta que volvió la vista a su cuaderno.

-Supongo que para ti es algo muy importante, el hecho de tener una familia, ya que no disfrutaste de ella hasta hace muy poco.

-Creo que…-Julieta hizo una pausa para pensar, intentando encontrar en una frase, el sentimiento correcto- siempre he tenido una familia. Aunque no siempre se cernía al ideal de familia. Quiero decir, que conocí a mi madre el año pasado… así que siempre fuimos mi padre, mi hermano y yo. Y éramos muy felices, aunque ahora la cosa cambia. Somos muchos en las reuniones familiares… me ha costado acostumbrarme al cambio. Pero ahora es perfecto también… es genial tenerlos.

-Nunca has hablado de tu enfermedad en una entrevista y supongo que es por qué no es agradable remover malos tiempos, pero en esta publicación de septiembre, nos dirigimos a mujeres que se han visto obligadas a estar en una situación similar a la tuya ¿Te gustaría darles algún consejo?

Julieta se mordió el labio, sintiéndose atrapada por esa presión, la de miles de mujeres que leerían esas líneas, intentando encontrarlas inspiradoras o llenas de esperanza. Pero el hecho era, que tenía miedo… que no se sentía como una luchadora, ni una persona valiente. Estaba aterrada de miles de formas diferentes. Y lo había estado durante mucho tiempo.

-Bueno… es una cuestión difícil. No me veo capacitada para dar ningún consejo cuando hay gente que ha sufrido mucho más que yo y que tienen más experiencia en la vida. Pero supongo que si tuviera a una de esas mujeres delante… le… le diría que siguiera adelante… de la mejor manera que encontrara. Aunque tal vez esa forma no sea la que todos quieran… pero puede ser la que te haga feliz. Y en esos momentos turbios y borrosos de tu vida, necesitas ser fiel sobre todo a ti, porque es demasiado complicado contentar a todos.

Leith parpadeó varias veces, embobado y se puso a escribir como un loco en su cuaderno.

-Muy buena respuesta… Por último, quiero hablar de la fundación de tu padre, que ya se ha llevado un premio y cuenta con el apoyo de las grandes esferas ¿Cómo llevas el compromiso con la labor social que inició tu padre?

<<Simplemente no tengo ni idea de lo que estoy haciendo-quiso contestar, pero pensó que no iba a quedar bien en una prestigiosa revista como Vanity>>

-Bueno, aún soy nueva en esto. Nunca me había planteado dirigir algo así, pensaba dejarlo en manos de alguien y simplemente ser una especie de benefactor económico… pero es algo que me afecta directamente y que requería un compromiso de mi parte. En parte me vi obligada- bromeó, arqueando las cejas- pero le voy cogiendo el gusto y ahora forma parte de mis quehaceres diarios. No me quita demasiado tiempo, y eso es un plus cuando tienes un crío de un año y un bufete de abogados.

-Muy bien, Julieta creo que eso es todo… Bueno, en la descripción de la revista te vamos a describir como una joven trabajadora y madre, pero creemos que estaría bien que tuvieras un acercamiento a cierto colectivo si escribimos una referencia a tu divorcio.

Julieta notó como le golpeaban las costillas. Hizo un esfuerzo por no parecer hostil y frunció el ceño.

-Realmente no estoy divorciada… Quiero decir, que no lo hicimos oficial. Pero supongo que eso no le importa a nadie.

-Claro, claro… no somos una revista de prensa amarilla. No me malinterpretes, sólo que nunca se ha quedado claro cuál es tu estado actual.

Repitió mentalmente las palabras “Estado actual” y sus labios formaron una línea muy fina, mientras miraba la madera envejecida de la mesa. No sabía cómo reaccionar, y menos después de descubrir que Elliot conocía el paradero de Jess, después de todo ese tiempo desde aquel fatídico día.

Entonces vio en aquel momento la oportunidad de desmentir todo lo que se había dicho de la boda hasta ese día.

-Se habló mucho. Una boda maldita o algo así la llamaron. Fue terrible pasear por la calle y encontrarse con esos titulares que contaban con fuentes ficticias en busca de un bulo que alimentaba la sed de unos cuantos…-reflexionó en algunos de esos titulares tan hirientes y miró a Jefferson a los ojos- Algunos me tachaban de loca de celos, de que Elliot me había engañado y yo había intentado matarle, pero realmente no fue así. Simplemente estaba enferma y cuando estás tan enferma las cosas no son lo que parecen. Cometí un error y ese error llevó a un accidente que acabó con mi prometido en el hospital. Por suerte todos estamos bien… pero después de eso hubo demasiadas lucubraciones, policía, hospitales… Me distancié de él y teníamos cosas más importantes que preocuparnos de que la boda fuera algo legal. Así que ahora somos…-notó como se formaba un nudo en su garganta y respiró hondo para mitigarlo- amigos o algo así. Tenemos una buena relación. Pero no, no estoy casada, ni divorciada… supongo que soy soltera. Así que no hay más, espero no ser nunca más víctima del ansía por sangre de algunos periodistas. No se lo deseo a nadie.

Había conseguido dejar al mismísimo redactor de Vanity Fair en silencio. Lo observó divertida y pudo ver el brillo en sus ojos, supuso que de la emoción de una exclusiva de esa magnitud. Cuando salió de su ensueño le agradeció varias veces la entrevista y le prometió que sería un gran número. Julieta sólo tenía fuerzas para asentir y parecer modesta. Después, sacó una gran cámara de su mochila y le hizo algunas fotos maravillado por su belleza, que recalcó varias veces a la vez que Julieta hacía esfuerzos por no recalcarle lo pedante que estaba siendo.

Cuando por fin terminó, se metió en el baño del café y se echó agua fría en el cuello. Las entrevistas siempre lograban marearla, pero en ese momento, se sentía más perdida que otra cosa, más aún con el final que había tenido. Ahora se planteaba si aquel paso no habría sido un error. Por ella, por Elliot, por su familia... Se apoyó en el lavabo y se miró con cansancio al espejo. Le dolía la cabeza y quería volver a casa, pero sabía que no podía hacerlo, al menos de momento, por lo que volvió a revisar su teléfono.

20 llamadas perdidas.

48 mensajes nuevos.

-Mierda…-susurró, nerviosa, colocándose los mechones de pelo detrás de la oreja varias veces.

Al menos diez de las llamadas eran de Mathilde, otras de su madre, Andrew y Charlie. Ninguna de él. No se atrevió a mirar los mensajes, así que, presa del pánico, llamó a la única persona que podía entender su situación o al menos, ayudarla a entenderla de manera objetiva;

Mathilde.

-¿Dónde estás?-respondió con voz tensa, después de dos toques.

-En Queens, estoy bien.

-¿Bien?-hubo una pausa en la que se escucharon el ruido de unos tacones, seguido del de una puerta- Estoy en tu casa, he llegado hace unos minutos… Andrew y Charlie están aquí con una mujer. Me han preguntado por ti varias veces. No me quieren contar nada y Elliot no me coge el teléfono. Menos mal que te ha dado por tener un poco de sentido común y llamarme porque ¡Me va a dar algo!

-Mathilde, no sé muy bien que contarte ahora mismo… pero creo que estoy en un lío. Bueno, creo no… más bien lo sé. Necesito que nos veamos en el juzgado en dos horas. No puedo decirte nada más-explicó, haciendo un esfuerzo por no sonar alarmista.

-No me puedes dejar así durante dos horas, ¡Julieta Pope! Voy a por ti ahora mismo, dime la dirección y me…

-¡No! Ahora tengo un juicio y no creo que pueda centrarme si te lo cuento antes-reconoció. Sabía que era débil y que las denuncias se basaban en su incapacidad para ejercer su profesión. No podía darles más causas a esa gente, fueran las que fuesen, ni siquiera no asistir a un juicio ordinario podía ser una excusa.

-Está bien, nos veremos entonces.

-No se lo digas a nadie, no puedo hablar con ellos aún, no hasta que…-no pudo acabar la frase, le empezaron a escocer los ojos y la garganta, así que respiró hondo y tragó saliva para intentar no desmoronarse.

-Todo va a ir bien ¿Vale?

-Vale.

El juicio fue a las mil maravillas y durante ese tiempo, pudo olvidarse parcialmente de lo demás. Era un caso de drogas, de una estudiante que había decidido sacarse un dinero extra y la habían pillado con una cantidad importante de cocaína. No tenía antecedentes así que habían logrado que la condena se redujera a unos meses de cárcel y servicios a la comunidad. Durante el tiempo en el cual la acusación hacía preguntas a la joven, Julieta no dejaba de darle vueltas al hecho de que muchas personas más, ese mismo día, estaban pasando por situaciones complicadas. Visto así, la presión era mucho menor y eso logró ayudarla… Al menos hasta que Mathilde se metió en su coche, justo después de terminar, y las cosas volvieron a singularizarse.

Las dos intercambiaron miradas en silencio, sin saber muy bien cómo empezar. Julieta agachó la cabeza, incapaz de enfrentarse a ella. Por suerte, Mathilde fue la primera en romper el hielo.

-¿Me vas a contar de una vez que pasa?

Fue como un detonante, un clic que accionaba alguna parte emocional de su cerebro. Ese botón rojo que hizo que se abalanzara sobre ella y empezara a llorar como una descosida sobre su hombro.

-Mathy… Lo siento… Yo… No quería que…-intentaba decir entre hipidos, aunque resultaba inútil que se entendiera algo de lo que quería decir.

-Eh… más despacio. Tranquilízate, ¿Vale?

-No, no puedo. Soy una persona horrible, que hizo algo horrible e inmoral… y ahora el karma o algo así… Y, y Elliot, ni si quiera sé si puedo mirarle a la cara.

Julieta logró soltarla al cabo de un momento y se limpió las lágrimas con la manga del blazer de Chanel. Después volvió a encontrarse con aquella mirada confundida e intentó tranquilizarse. Encontrar la forma de parecer cuerda y contárselo.

-¿Mejor?-preguntó Mathilde con una sonrisa, acariciándole el pelo.

-Sí, algo así.

-Dispara.

Le contó todo lo relacionado con la denuncia y la investigación que estaban llevando a cabo al bufete y a ella misma. Todo lo relacionado con Jess, incluso lo que temía contar en voz alta.

-Espera, espera… ¿Qué?

-Estaba desesperada… ¡Me ingresaron en psiquiatría después de la boda!-reconoció Julieta, estremeciéndose al recordarlo- Pensaban que todo aquello me había superado, que podía hacer daño a los demás, a Isaac… que me había inventado a Jess y todo lo que ocurrió, y de repente me enteré de que no estaba loca, que el motivo de mis problemas estaba viva y que nada de lo que había pasado era producto de mi invención. Así que fui a por ella.

-¿Fuiste a matarla?-preguntó con temor.

Miró a Mathilde y asintió avergonzada.

-Pero supongo que no lo logré… y… cuando llegué… cuando la vi y…

La cabeza le dolía horrores, quizá por la cantidad de recuerdos que se agolpaban en su interior. Recuerdos desagradables de lo que fue uno de los peores momentos de su vida. Lo que la había llevado hasta allí, lo que propició que se alejara de él. Hizo una pausa para continuar, pero el temblor de sus manos no iba a dejarla proseguir. Volvían las convulsiones, como el día anterior, señalándola que las cosas seguían de la misma forma.

-Estás… temblando ¿Son...?-observó Mathilde, cuyo gesto se transformó en un instante.

Era neurocirujana así que Julieta pensó que no hacía falta explicación, sólo unos segundos para que atara algunos cabos. Se limitó a asentir y relajarse en el asiento.

-Mierda, Jul. Podría ser otra cosa... quizá, quizás tú... Puede que sólo estés algo nerviosa...- Guardó silencio y apretó los puños-Mierda.

-Lo sé, es una mierda-afirmó con una risita, aunque no tenía ni idea de porque, ya que no resultaba divertido y a ella se lo parecía. Empezó a darse cuenta de que podía ser un regalo de su cerebro enfermo y su humor macabro.

Mathilde la observaba con ojos vidriosos, sin saber muy bien que decir en aquel momento de confesiones.

-¿Quieres que vayamos a casa?-le ofreció al cabo de un rato, cogiéndole la mano.

-Quiero quedarme contigo esta noche… aunque bueno, estás en el piso de Elliot y no sé si eso es un problema, dado que me odia o algo así-confesó Julieta. Decirlo en voz alta era incluso peor que repetirlo tantas veces en su mente.

-Elliot no pasará por allí, al menos esta noche. Además, lleva semanas sin ir, desde que aterrizó...

-¿Cómo lo sabes?

-Simplemente lo sé-sentenció con gesto cómplice.

Jul dejó escapar un suspiro y cerró los ojos.

-Ha sido un día largo… estoy cansada y hambrienta. Sólo quiero un sofá y una manta… y chocolate. Mucho chocolate.

-Pues no se hable más. Aunque cariño, deberías… dejar que condujera yo… si no, si no estás bien-dijo Mathilde.

Supo entonces que era una de tantas cosas que dejaría de hacer en un tiempo: conducir, trabajar, dormir, salir a pasear sola… Sin contar con el presente, algo oscuro y abstracto, considerando que su estado debía ser un secreto sino quería perder el bufete, todo en lo que su padre había trabajado.

Y aquello no hacía más que empeorar su situación actual.

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