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"Una novela debe mostrar el mundo tal como es. Como piensan los personajes, como suceden los hechos... Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos" Jane Austen.

miércoles, 24 de junio de 2015

Capítulo 21




El avión llegó al aeropuerto de Rochester al medio día. El clima era seco y corría una brisa fría que resultaba agradable cuando los rayos de sol te acariciaban la piel. Aún era verano pero ya se respiraba el ambiente de los primeros días de otoño. Al salir de la terminal, comieron en un restaurante cercano y después cogieron un taxi que los llevaría hasta la cínica. De camino, Julieta no dejaba de examinar de reojo a Elliot. Por suerte era fácil con las gafas de sol puestas. El viaje en el jet no había sido muy entretenido, dado que sólo habían cruzado un par de palabras y el resto lo había dedicado a ver una película con Charlie. Un clásico policiaco de los años cuarenta del cual no se había interesado ni del nombre y que le había servido de gran ayuda para dormir durante un par de horas.

Elliot conversaba amenamente con el taxista y Charlie acerca de la ciudad, de lo que la clínica traía a la gente que vivía allí, tanto cosas buenas como no tan buenas, de los hoteles, los restaurantes, etc. Dejó de escucharles a los diez minutos de comenzar la charla y empezó a cavilar sobre lo que sucedió unas horas atrás en su dormitorio.

Sintió una sensación de quemazón en las mejillas al recordarlo. Como Elliot se desnudaba y la desnudaba a ella con rapidez, como le acariciaba la piel alrededor del costado provocando que se erizara cada parte de su cuerpo… Y como después habían tenido sexo entre las suaves sábanas blancas. Sin reproches, ni súplicas, pero tampoco adornos y florituras. No como antes, cuando eran dos personas diferentes. Elliot se descargó dentro de ella, sediento de algo que no llegaba a alcanzar, casi al mismo tiempo que ella. Un “casi” que nunca había estado tan lejos. Justo después él se dio una ducha y ella se quedó dormida encima de la cama. La despertó con unos suaves toques en el brazo y un “Charlie ha traído el desayuno”. Y hasta ese momento en el taxi, no se había atrevido a mirarla más.


Julieta suspiró y se removió en el asiento para hacerse notar. Elliot, que estaba sentado a su lado, le estrechó el hombro sin siquiera mirarla o dedicarle algún gesto y siguió con la conversación. No era lo que esperaba, era incluso peor de la peor de las posibilidades que tenía en mente. Le apetecía preguntarle qué coño significaba ese apretón en el hombro pero se mordió la lengua y se centró en el paisaje de Rochester. Una ciudad pequeña, enmarcada en tonos azules y verdes. Atravesada por el río South Fork y el lago Silver, y repleta de parques y zonas residenciales, con pocos edificios imponentes que lo apartaban del ambiente globalizado de Nueva York. La clínica Mayo y su majestuoso campus se situaba en el centro de la urbe, rodeada de hoteles y tiendas. Incluso daba la impresión de ser una comunidad aparte.

Enorme. Fue la primera palabra que se le vino a la cabeza cuando lo vio a través del cristal. Intentó respirar con normalidad para que no se notara que sus pulsaciones subían como la espuma. Se sentía pequeña e insignificante, así que dejó de mirar y se centró en como el taxista aparcaba en una parada especial que había en la entrada.



-Madre mía, es enorme-exclamó Charlie una vez fuera del coche. Su cuello estaba exageradamente estirado hacia atrás, intentando visualizar todo el edificio principal.

Hizo lo mismo y retrocedió un par de pasos para ver la extensa pared cubierta de ventanales de cristal. Suspiró y volvió la vista al frente para encontrarse con la de Elliot. Él formó una sonrisa torcida y le cogió de la muñeca.

-Demasiado-susurró para sí.

-Vamos, nos esperan dentro.

Una vez en la entrada, se quedó sin aliento y le dio la mano a Charlie a la desesperada. Era imponente. Un amplio espacio de mármol beige con mucha luz y música clásica de fondo. Se asemejaba más al hall de un hotel de lujo, sino fuera por el uniforme de los trabajadores. Entonces paró en seco y sintió que el suelo desaparecía bajos sus pies. Estaba allí, en un lugar diferente, pero la sensación era desagradablemente familiar. Otra vez la impresión de no ver el final, sólo el momento de empezar.

-Oncología está allí-comentó Elliot.

La gravedad perdía sentido e hizo un esfuerzo por no vomitar.

-¿Estás bien?-escuchó de lejos.

-No… quiero sentarme.

Cerró los ojos y notó los brazos de alguien a su alrededor, guiándola.

-Aquí, Julieta.

La realidad empezó a centrarse en una sola dimensión y encontró a un desconocido delante de ella. Un señor mayor, con bata blanca y pijama naranja apagado. Sus ojos marrones y sus cejas canosamente pobladas le dedicaron un gesto amable.

-Soy el Doctor Díaz, Julieta. Estás teniendo un ataque de pánico-dijo pausadamente y le colocó la mano en el pecho-Inspira, expira… Toma un poco de agua.

Al cabo de unos minutos su respiración era normal y ella una persona avergonzada. Charlie estaba arrodillado junto a ella y le guiñó un ojo. Pero a quien necesitaba más que a nadie era a Elliot. Lo encontró a unos pocos metros de la escena, con rostro serio, observando de brazos cruzados, tapándose la boca con una mano.

-Estoy mejor-reconoció, después de humedecerse la garganta.

-Vamos a mi consulta mientras ellos te registran, así podremos hablar un rato.

Hasta ese momento no se había dado cuenta que estaba en una silla de ruedas. Tenía la sensación de que se había perdido durante unos segundos en los que no había escuchado ni visto a nadie. Aceptó y tras despedirse, se adentró por uno de los pasillos brillantes hacia un ascensor. Una vez en el cuarto piso siguieron hasta una de las consultas. El doctor saludó a un enfermero y le recordó que le debía un café, para luego adentrarse en la habitación.

-Ya estoy mejor, no creo que sea necesario hablar… supongo que estará muy ocupado-le explicó levantándose de la silla al llegar.

-De hecho tenía una cita contigo. Estaba leyendo el periódico cuando os he visto entrar.

-¿Es mi oncólogo?-preguntó Julieta, frunciendo el ceño. Algo no cuadraba. No sólo él, sino la decoración de la consulta dónde no había ningún cuadro de un cuerpo humano o un maniquí para explicar los casos a los pacientes. Nada. Sólo fotografías en blanco y negro de gente que sonreía.

-Soy psiquiatra. Coordino la planta de oncología. Para quien me necesite, para pacientes complicados…

-¿Complicados? ¿Se refiere a mi?

-Bueno, tienes veintiséis años y vienes aquí para curar un cáncer del que aún no conoces el alcance cuando la última vez te libraste por los pelos. Aunque te sorprenderías de lo que puede empeorar un caso.

Julieta no pudo evitar reír nerviosa. Al fin y al cabo era un resumen acertado de su situación. Se sentó en la silla, enfrente de él y se cruzó de piernas. No tenía ni idea de qué responderle, pero iba a tomárselo con calma.

-Además tenemos que tener en cuenta que tu nombre ha pasado a ser Julieta Evans por tu seguridad. Eres una persona famosa, influyente… incluso tienes una fundación.

Tenía los deberos hechos y lo atribuyó a la ayuda de Elliot. Escuchar su apellido en su nombre le provocó un escalofrío, pero supuso que era lo más sensato dada la situación actual. Sería la mujer del doctor Evans otra vez.

-Acabo de tener un ataque de pánico, soy consciente de que no estoy en una posición fácil… ¿Tengo que venir más veces mientras me intentan curar?-se interesó, por suerte aquel señor le caía bien y el esfuerzo era menor.

El psiquiatra río por lo bajo y sacó unos cuantos folletos de su escritorio.

-Sólo quería informarte, para que te sea más fácil.

Julieta cogió uno y leyó las letras azules en voz alta.

-“Grupo de apoyo”. Mmmm

-¿Nunca te lo has planteado?

-No, no lo hice. No creo que esté hecha para los… grupos-explicó, ruborizada.

No había nada más contrario a ella que eso. Incluso le habría tirado los folletos a la cara si fuese la persona de hacía más de un año. Pero decidió darle una oportunidad.

-Ve, escucha. Nos reunimos en la biblioteca tres veces en semana.

-Genial.

-Y ahora te presentaré al equipo que estará contigo. Créeme, estás en las mejores manos-le aseguró con una amplia sonrisa.



Dos oncólogos, un neurocirujano, varios internos, residentes y un grupo de enfermeras de la planta. Todos ellos muy amables y optimistas mientras presentaban su caso en una sala de reuniones. Elliot entró en mitad de la presentación, llevaba consigo un par de cafés. Se sentó a su lado y le entregó un café a uno de los oncólogos. Un hombre de unos cincuenta, calvo y delgado, que debió haber sido su compañero en algún momento de su carrera.

Explicaron con detalle el itinerario del fin de semana. Resonancia magnética, extracción de sangre, exploración nuclear, tomografía y punción lumbar; todo ello destinado a enfocar el alcance del cáncer. Los escuchó con detenimiento, al menos los primeros minutos, después decidió que por su salud mental era mejor abstenerse de prestar demasiada atención. Pensó en la semana siguiente, la última de su libertad. Debía quedar con Andrew, con su madre, explicar la verdad, cerrar algunos temas, ir a trabajar, aparentar… O no. Entonces oyó algo que su cerebro interceptó y la puso alerta.

-¿Cómo?-preguntó, cortando a uno de los oncólogos, la doctora Williams. No había abierto la boca hasta ese instante, por lo que todos la miraron.

-¿Tienes alguna duda?-preguntó la doctora.

-Creí… -vaciló antes de hablar y se giró para mirar a Elliot, como si pudiese encontrar una respuesta en sus ojos azules-Creí que después de la prueba volvería a casa unos días, antes de volver y…

-Julieta, dado el tiempo que llevas teniendo los síntomas y cómo se han agravado, es muy probable que no podamos perder más el tiempo.-explicó el oncólogo calvo de aspecto duro-Pero esperaremos a los resultados, tal vez podamos hacer algo.

-¿Lo sabias?-Le susurró a Elliot en el oído.

No respondió, simplemente mantuvo su mirada un momento. Lo suficiente para recibir unas punzadas de ira en el pecho. Suspiró y apretó los labios para seguir entera entre esas cuatro paredes. Puede que por el contrario achacaran su comportamiento al efecto del tumor y empeoraría su situación.

Al terminar, una de las enfermeras los guio hacia su habitación. Durante todo el camino no quiso volver a dirigirse a él, aunque se hacía una tarea difícil con sus ojos clavados en la nuca. No llegaba a determinar si estaba enfadada consigo misma o con él, pero iba a estar mucho tiempo allí y puede que con su única compañía, por lo que lo dejó estar por el momento, al menos hasta que acabara la batería de pruebas.

-Bienvenida a tu nueva suit-exclamó la enfermera, dándoles paso hacia el interior como un botones.

El sitio no estaba mal, en consonancia con el resto de la clínica, diseñado para que el paciente no tuviera la sensación de estar hospitalizado. Un lugar amplio, adornado en tonos suaves que iban del verde al beige, con muebles normalitos de color madera. Un enorme televisor de plasma y un monitor junto a la cama, que delataba al resto. Una cama de hospital, vestida con una hogareña colcha de flores azules que intentaba ocultarla. Julieta avanzó hasta la ventana y visualizó el exterior. Al menos había buenas vistas de la ciudad.

-No está mal-murmuró y le sonrió a la enfermera-Espero que el servicio de habitaciones sea aceptable.

-Por supuesto-respondió y le entregó su pijama-Diseño importado desde Paris.

-Perfecto, siempre me ha gustado la alta costura-bromeó, echándole un vistazo. No era lo peor que había visto en cuanto a uniformes de hospital se refería.

-Volveré en unas horas para llevarte a diagnóstico. De paso haremos una ruta por la cínica-les dio la espalda pero entonces dio una palmada y volvió a girarse para hablar con Elliot-¿Le preparo una cama supletoria o prefiere dormir en el sofá? Hay gente que lo encuentra muy confortable.

Julieta le echó un vistazo y observó la incomodidad en su rostro.

-No, yo… no creo que me quede. Tengo una habitación en el hotel del campus.

La enfermera asintió, sin borrar la sonrisa pletórica de su gesto y desapareció por el pasillo. Después hubo un largo silencio que intentó solventar colocando sus cosas en la habitación. No estaba dispuesta a ser la primera en iniciar una charla fría que acabaría en un punto crítico de no retorno. Una sensación similar a leer el final de un libro antes de acabar. Lo haces, y tras la euforia del principio… te vacías.

-Julieta…- empezó a decir. Ella se dio la vuelta y sin un solo rastro de emociones respondió.

-¿Sí?

-Por favor, no te tomes a mal lo que ha pasado. Yo lo solucionaré todo en Nueva York…. Pensé que sería más duro si sabías que no podías irte-enunció las frases con lentitud, como si temiera cometer un error y salirse de la línea. Luego levantó los hombros y cogió una bocanada de aire- No te engañé por lo que crees.

-¿Qué crees que creo?-preguntó extrañada.

-Que hago las cosas por tu bien sin contar contigo… como antes.

No dejó de doblar las camisetas y colocarlas en el cajón. Ni creyó que fuera buena idea mirarle y aguantar la carita de cachorrito. Aquel discurso dolió, pero no tanto como para empezar a lanzar reproches.

-Da igual, no pasa nada- dijo sin más- ¿Sabes? Quiero darme una ducha antes de empezar. Deberías ir a descansar. No te necesito.

La última frase fue producto de la irá que llevaba a la venganza personal, que escondida en un rincón, había esperado el momento propicio para su gran aparición. Y allí, algo más satisfecha le dedicó una mueca de agrado.

-Bien, llámame si necesitas algo.

-Lo haré.



El fin de semana pasó con rapidez entre una prueba y otra. Charlie estuvo con ella la mayoría del día lo que consiguió amenizar las horas eternas sin comer mientras esperaba. Ambos se aficionaron a un reality que consistía en cambiar el look de personas que eran un completo desastre, aunque era difícil no hacerlo con su hermano comentando el programa aparte. Elliot no había aparecido desde su última charla y empezaba a preocuparle haber sido demasiado dura y seca, sobre todo desde que sabía que la estancia en África le pasaba factura.

Era domingo, estaba atardeciendo y el pasillo empezaba a oler a la comida de la cena. A penas había pasado una hora desde la punción lumbar para la biopsia y estaba muy dolorida. La enfermera, de nombre Linda, había tenido a bien administrarle unos calmantes junto con el suero, lo que agradeció enormemente. La sensación era similar a tener algo clavado en la espalda, focalizado en un punto. Por si fuera poco apenas había probado bocado en dos días y necesitaba una hamburguesa de queso.

Decidió encender la tele para olvidarse del dolor y el hambre, con suerte el cansancio la ayudaría a caer rendida pronto. Pero entonces se escuchó el pomo de la puerta y esperó a ver a Elliot, casi con una mezcla de esperanza y miedo… aunque fue una visión muy diferente la que halló: Una mujer, de unos treinta y largos. Llevaba un pañuelo de gaviotas en la cabeza, tapando la ausencia de cabello, y pijama reglamentario. Sonrió dando un par de golpecitos en la madera.

-¿Se puede? Soy Olivia, tu compi de pasillo. Estoy en la habitación contigua-explicó. Era alta y escandalosamente delgada. Sus facciones dejaban ver raíces indias y exóticas.

-Claro, pasa-dijo, incorporándose. Notó una punzada en la espalda que le provocó una mueca de dolor.

-Tranquila, no te incorpores. He oído que acabas de salir de una biopsia… Son jodidas.

-Si solo dices eso…-admitió Julieta y las dos rieron al unísono.

-No quería molestarte, sólo pasaba por aquí.

-No, no-negó con energía-Quédate. A decir verdad no he hablado mucho en todo el día. Ya sabes, nervios. Por cierto, soy Julieta.

La mujer se sentó en el filo de la cama y le estrechó la mano con un fuerte apretón.

-¿Es tu primera vez? -preguntó con gesto maternal.

Julieta negó con la cabeza y suspiró.

-Me diagnosticaron hace dos años y medio.

-¿Se ha vuelto a reproducir?

Asintió y Olivia puso los ojos en blanco.

-Esos cabrones… Siempre encuentran el camino de vuelta. Son como una mascota.

-¿Y tú? –se interesó Julieta

-Diagnosticada hace 3 meses. Mi primera vez.

Julieta se sintió extraña, como si ser veterana siendo más joven la colocara en una escala mayor en el pódium macabro del cáncer.

-Parece que lo llevas bien.

-Tener apoyo ayuda ¿Vendrás a las reuniones, no? Me gustaría tener una amiga de pared.

Le cayó bien, era simpática y agradable sin pretenderlo, así que asintió. No tenía nada que perder y a ella parecía beneficiarle bastante.

-Bueno, te dejo descansar. Mañana tenemos reunión, por si te sientes con fuerzas-dijo antes de irse-ha sido un placer.

-Igualmente, Olivia.

Volvió a encender la tele para no pensar en ella misma, en su cuerpo, los resultados o en él. Tardó unos pocos minutos en notar como le pesaban los párpados, en cómo se difuminaba la realidad con la ayuda de los fármacos y todo dejaba de existir durante unos liberadores momentos.

Algo la despertó a lo que le pareció unos pocos segundos. Elliot le acarició el brazo y ella se removió un poco. Abrí los ojos y lo visualizó en la tenuidad de la habitación. Llevaba una camisa azul… o blanca, ya que aún no veía con claridad, y tenía ese aspecto desaliñado y sexy de días anteriores.

-Ey, tienes buen aspecto-murmuró él, sentándose a su lado.

-Lo sé… las… las drogas son geniales-balbuceó cerrando de nuevo los ojos-Has tardado mucho en venir.

Pudo notar su sonrisa aunque no podía verla.

-Voy a quedarme un rato contigo.

Sintió como el colchón cedía un poco más cuando su cuerpo se acomodó junto al suyo. Julieta apoyó la cabeza en su pecho y su brazo hizo las veces de almohada. Respiró su olor profundamente y pensó que era el mejor anestésico que podían darle. Emitió un gemido de agrado y Elliot rio por lo bajo.

-Duérmete otra vez anda. Buenas noches, nena.

Casi pudo escuchar el sonido de alguna parte de su anatomía partiéndose en dos. Por suerte, Elliot no podía ver su gesto y acertar el efecto de sus palabras.

-Buenas noches.






2 comentarios:

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