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"Una novela debe mostrar el mundo tal como es. Como piensan los personajes, como suceden los hechos... Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos" Jane Austen.

sábado, 22 de febrero de 2014

Capítulo 2




Esa noche se planteó como habían llegado ahí. Al extremo de la línea telefónica. A África, a video llamadas con interferencias, a miradas frías y gestos educados… A ser dos desconocidos. O más que eso, extraños. 

El porqué era más complicado que todo eso.

Y allí, en la cama, se puso a pensar en ese día agotador de hace unos meses, que aún era fresco y doloroso, como cualquier recuerdo amargo que se graba a fuego en la piel.



<<Mathilde no había puesto objeciones a operarla en menos de 48 horas y tampoco a que no hablase con nadie antes de hacerlo. Algo dentro de Julieta sabía que no estaba bien hacerlo, que ya habían tenido demasiado con la boda, las heridas de Elliot y las acusaciones en su contra… pero no le importaba lo que estuviese bien o mal. No estaba segura de lo que había hecho en las horas anteriores, de las alucinaciones, de lo que era real y de lo que podía ser capaz. De una Jess que parecía haber salido de la nada.

La habían puesto en ese extraño dilema y la única manera de acabar con él, era extirpándolo de raíz.


Aunque como todas las acciones importantes, no iba a ser fácil. Tenía miedo, un miedo atroz a que sus últimas horas hubieran sido tan traumáticas, a que lo último que viese de Elliot fuera un charco de sangre, a que no pudiera despedirse de nadie, a no ver nunca más a Isaac.

Pero por más que encontraba razones para no hacerlo, era incapaz de buscar alguna que le apartara de la idea de seguir adelante con su plan… Así que finalmente, se vio en el interior del quirófano, otra vez.

Sin embargo, fue distinto a otras veces. Resultaba reconfortante saber que si sobrevivía, volvería a tener constancia de la realidad, de que Jane desaparecería, al igual que todo lo negativo…

Era extraño que después de pasar por tanto con esa enfermedad, nunca hubiera tenido tanto miedo como esa noche en el hospital, mientras dos policías la interrogaban. Podía sonar como algo egoísta, pero ella era abogada, una mujer segura de sí misma, de ideas fijas, dueña de su vida. Y en un segundo, con un par de deducciones de un inspector, esa  mujer se había reducido a la nada. A otra diferente, débil y atemorizada.


                -Dile a Elliot…. Que lo siento-Le dijo a Mathilde, justo antes de que la anestesia la durmiera.

                -Puedes decírselo tú, te veo en unas horas-Se despidió ella y tras una débil sonrisa, vislumbró la mascarilla que se acercaba a su rostro. >>



El sonido del llanto de Isaac la despertó de repente. Bufó, incorporándose de la cama y miró el reloj de la mesita de noche. Eran las dos de la mañana y tenía que despertarse a las siete para volver al bufete. Se puso en pie, agotada y se colocó la bata mientras los alaridos subían de volumen.

                -¡Ya voy, ya voy!-Gritó, avanzando por el pasillo.

Cuando llegó al dormitorio, él le esperaba como de costumbre, de pie en la cuna, lleno de lágrimas y pucheros.

                -¿Qué pasa, cariño? ¿No puedes dormir?

Lo cogió en brazos y lo abrazó durante un rato, susurrando We never Change, de Coldplay. La única de su repertorio que conseguía tranquilizarle. Después de unos minutos, volvía a estar completamente dormido. Julieta lo dejo en la cuna con sumo cuidado y bajó a la cocina.

Uno de los problemas de que la despertase en mitad de la noche, era que después no podía conciliar el sueño… Así que después de servirse un café cargado, fue hasta el despacho y se puso a repasar un caso que le daba dolor de cabeza.

Cogió un taco de post-it del cajón y empezó a apuntar lo que debía hacer por la mañana. Normalmente no le hubiera hecho falta, pero últimamente disfrutaba de un estrés que provocaba olvidar tareas importantes.

                -Llamar al señor Harris, comprar una grabadora que le cante sola a Isaac… Contratar una niñera, o una bruja para que lo hipnotice por las noches…

Sonrió para sí y arrancó el Post-it. Para su sorpresa, el siguiente papelito de amarillo pálido estaba usado. Y era la letra de Elliot.

<<Análisis previo de Amanda James>>

Lo observó, volviendo a tenerle en la mente y lo arrancó del taco. Lo examinó en alto, segundos eternos, y lo arrugó con fuerza entre su puño, aguantando unos segundos la respiración, como si aquello controlara la respiración de su pecho.

                -Dios-Murmuró cansada y volvió a alisarlo.

Tenía que pensar en él muchas veces al día. Cada vez que miraba a su hijo, cuando se levantaba por la mañana y hacía la cama, cuando entraba al vestidor, cuando buscaba algo en el joyero y se encontraba con algo suyo. En el salón, en la cocina… Era imposible de borrar, sobre todo por el hecho de que vivía en una casa que él mismo había transformado para ella.

Sabía que el siguiente paso era mudarse, abandonar aquella casa, vender su ático y comprar algo nuevo, lejos de los post-it y el olor del mar. Y quizá eso le facilitaría tener que olvidarle.

Aunque una parte, sensata y resignada, sabía que era imposible por mucho que se esforzara.

¿Por dónde podía empezar?

Dejó caer la espalda en el respaldo de la butaca del despacho y cerró los ojos, visualizando otra vez aquel día en el hospital.


<<Llevaba tres días dormida, recuperándose de la operación, cuando despertó. Elliot estaba sentado en el sillón de su habitación, mirándola fijamente. Cuando vio que abría los ojos, se levantó con dificultad, agarrándose el costado, y llegó hasta su lado. Julieta empezó a vislumbrar la realidad a partir de él. Y resultaba irreal.

Quien era ella, quien era él, que hacía allí. Lo que había pasado, lo que había hecho, lo que les había ocultado… Y que no estaba muerta.

Y entonces, se fijó en el rostro que tenía delante… El que tanto le gustaba, algo más enfadado que de costumbre. Pero al margen de todo eso, parecía sano, recuperándose de aquella herida y de ella misma.

                -Jul, ¿Me oyes?-preguntó, como a cámara lenta. O al menos, así le parecía.

                -Te oigo-contestó e intentó abrir algo más los ojos.

                -¿Sabes quién soy?

Esa pregunta le resultó absurda y sonrió un poco. No tenía ni idea de porqué estaba tan feliz, y tampoco de porqué le apetecía bailar de repente. Pero estaba viva y sabía quien era él. Claro que lo sabía 

                -Estás algo drogada-explicó Elliot, aún con gesto serio-¿Te duele la cabeza?

Al decir eso, se tocó el vendaje que empezaba en su frente… Y tuvo que repetirse a sí misma dónde estaba y que había pasado. Le dolía la cabeza, y no era solo porque hubieran entrado a rebuscar en su cerebro, sino porque le habían dado una paliza no hacía mucho.

Recordó a Jess, al barco, a su cabellera pelirroja, a Elliot en el suelo. La sangre brillante sobre sus cuerpos.

                -No te toques el ojo, aún se está curando-le indicó él, cogiéndole la mano.

                -Estás… ¿Enfadado?-susurró, incapaz de decirlo más alto-Quiero agua.

Elliot le dio a beber con una pajita, después suspiró y se cruzó de brazos.

                -Las drogas dan sed, o eso me han dicho-le soltó Elliot, intentando sonar irónico.

Ese comentario volvió a sacarle otra sonrisa.

                -Elliot…

                -Sí, estoy enfadado. No sé qué ha sido toda esta mierda de ocultarme esto, operarte a contracorriente… ¿Y si hubieras…? ¿Crees que me hubiera gustado? No despedirnos…

                -Suerte que no he muerto-Bromeó y le observó en silencio, a sus facciones endurecidas por la preocupación, a sus ojeras pronunciadas-Lo siento. Me asusté.

                -Bueno, la próxima vez asústate como las personas normales. Puedes gritar o llorar, o correr… ¡La gente normal no se asusta e intenta acabar con un cáncer terminal en menos de veinticuatro horas!

                -No soy normal, doctor Evans.

                -¿Te hace gracia? Vale, podemos hablar de esto cuando estés más centrada.

Ahora sí que estaba realmente enfadado. Pero lejos de hacerla sentir mal,  le hizo gracia ese comportamiento malhumorado.

                -¿Ya no hay tumor?

                -No, nena, no hay tumor-dijo Elliot, rindiéndose y elevando un poco los labios hacia arriba, conteniendo el gesto>>




                -¡JULIETA EVE POPE!

El grito logró despertarla.

Seguía en la misma butaca. Con el pijama puesto. Eso significaba que el despertador no había cumplido su cometido porque ella no estaba en la cama, un piso más arriba.

Y que llegaba tarde.

Se levantó dolorida y miró hacia la ventana, cegándose por la cantidad de luz que entraba. Normalmente, cuando salía de casa, seguía siendo de noche. 

Por lo que debía ir unas horas tarde...

Escuchó el ruido de tacones y pensó en Helen, en que ella había sido la que la había llamado en gritos para sacarla de su sueño profundo…

                <<Mierda>>

                <<Isaac>>

                -Joder… ¡Joder!-Se quejó mientras salía del despacho-Lo siento Helen...

                -¿Qué formas son esas las de recibir a una amiga? ¡Estás hecha una pena!-Le espetó Mathilde desde el sofá.

Julieta se quedó con la boca abierta al verla, tanto que tardó en reaccionar y correr a abrazarla. Llevaba un mes sin verla, su buena amiga que tenía que visitar a su familia en Francia y cuya ayuda y compañía, había echado tanto de menos… Hasta el punto de pensar que tal vez podía secuestrarla para que nunca pudiera volver a irse.

                -¡Idiota! Me has asustado-Le gruñó Jul, apretándola con fuerza contra ella.

                -Me estás ahogando, Julieta… Aunque reconozco que me encanta volver.

                -Perdón. Estás preciosa-Murmuró mientras echaba un vistazo a su aspecto.

Llevaba el pelo más corto y claro que la última vez, además de un increíble vestido verde que le sentaba como un guante.

                -Lo sé, París le sienta bien a cualquiera. Tenemos que ir un día de estos, ya verás la cantidad de tiendas y de glamour que se respira…

Al oír las palabras viaje, tiendas y París en la misma frase, supo que ese era un sueño imposible, al menos por ahora. Y la razón no medía más de un metro. De repente, se llevo las manos a la cabeza y abrió mucho los ojos, debido a esa misma razón.

                <<Julieta, tienes un hijo hambriento al que no le estás prestando nada de atención>>

                -Mierda, me he olvidado de alguien-Le explicó, mientras corría a las escaleras.

                -¡Eh! ¡Para, amiga! ¿Te crees que tu dulce bebé está durmiendo arriba?

                -¿Qué…? ¿Dónde está?-Preguntó Julieta, con el ceño fruncido, sin entender ni una sola palabra de lo que decía.

                -Cariño, lo llevé con Emma hace horas. Son las once de la mañana. Y tú estás oficialmente en tu día libre-Dijo entusiasmada, dándose un pequeño aplauso al final.

                -Pero, ¿El bufete? ¿Has hablado con ellos?

                -Todo está hecho.

                -Dios mío, te quiero.

Oficialmente, Mathilde se había convertido en su heroína, y no solo por salvarle la vida, sino por salvarle el día. Si algo había aprendido Julieta, era el valor de unas horas de liberación cuando tenías un bebé quejica, equivalente a dos semanas de vacaciones en solitario para alguien normal.

Empezaron con el desayuno. Sin prisa y sin galletas en el pelo. Un enorme cuenco de fruta fresca que Mathilde se había encargado de cortar y colocar junto a una bandeja de tartaletas de fresas y chocolate derretido.

                -Con que me hubieras hecho café ya me tendrías en el bote-Admitió y le dio un sorbo al café, que claramente no era el suyo de todas las mañanas, el que se preparaba con demasiada prisa en un par de minutos en los que Isaac le daba una tregua.

                -Sabes que siempre aspiro a más.

Empezó a engullirlo todo, bocado a bocado, escuchando los sucesos más importantes de Mathilde en París. Había conocido a alguien, una persona especial... y Julieta sabía que esa persona era la responsable directa de la versión mejorada de su amiga. Estaba resplandeciente y casi brillaba mientras lo contaba.

                -Bueno, cuéntame tú-Dijo Mathilde, finalmente-¿Qué le ha pasado a tu aspecto de millonaria con los pies en la tierra y tan buen gusto para vestir?

                -¡Eh! ¡Qué aún estoy en pijama!

                -Dudo mucho que esas ojeras te las quites después de ducharte.

Había dado en el clavo y estaba deseando desahogarse con ella y despotricar de cómo odiaba las noches sin dormir. O sin él.

                -Va a terminar con mi paciencia. Mírame, tengo veinticinco años y parece que tuviera treinta y tantos. Y eso no es lo peor, porque resultaba que soy una de las abogadas más duras y despiadadas de Nueva York… Pero casi me duermo en el último juicio. Por no decir que tengo a todo el bufete cabreado. Llego tarde, me olvido de las cosas… ¿Esto durará mucho? Porque me veo incapaz de seguir el ritmo mucho tiempo sin convertirme en un zombi.

                -Oh madre mía… Realmente me necesitabas-Bromeó Mathilde.

                -Sí, claro que si-Reconoció con tristeza-Imagina que hoy no hubieras venido… Ni siquiera me habría despertado.

                -Bueno, basta de hablar. Tenemos que estar en el centro a las una para nuestra tarde de compras. Después iremos a la peluquería y a un Spa, más tarde he reservado en un restaurante turco que se ha puesto de moda. Me han hablado muy bien de él.

                -Lo que dices es música para mis oídos-Admitió encantada- ¿Qué haremos hasta las una?

Mathilde cambió su expresión y se irguió en su asiento. Y Julieta supo inmediatamente el porqué. 

                -Bueno, he visto el sobre encima del microondas. Tienes que abrirlo, Jul. Cuanto antes mejor.

Volvía a tener la realidad delante… Y no le gustaba lo más mínimo. Porque ¿Y si era mejor la incertidumbre de no tener ni idea, a la verdad cruda y sin parches? Tragó saliva y cogió oxígeno. Lo necesario para volver a hablar de él.

                -¿Has hablado con…?-Empezó a preguntar con prudencia, evitando pronunciar su nombre.

                -Claro. Claro que he hablado con él.



No necesitaba más explicaciones y tampoco tenía que alargar el proceso.

                -Bien-Murmuró y fue hasta la cocina.

Allí estaba, el susodicho sobre blanco con el sello del hospital. Tranquilo y muy quieto sobre el microondas, al margen de todo lo que conllevaba su contenido; Cáncer, vida, liberación. Evitó pensar más de la cuenta y lo cogió. Al volver lo dejó sobre la mesa y se sentó, mirando suplicante a Mathilde.

                -Me ayudaría mucho si lo hicieses tú. No… No puedo-Le rogó, apretando las manos con fuerza la una sobre la otra.

                -Vale.

Mathilde no le dio muchas vueltas. Lo abrió y leyó su contenido en silencio. Mientras, el corazón de Julieta trabajaba a velocidad de vértigo, haciéndole sudar. Además, el papel tapaba el gesto de Mathilde, no dejando intuir nada. Estaba segura de que si tardaba tanto, significaba que era malo, que volvería a aquel infierno… Y que iba a desmayarse si no lo decía en voz alta. 

                -Por favor, habla, va a darme un ataque.

Dejó caer el papel en la mesa y lo deslizó hasta ella. Julieta observó su sonrisa y no tuvo que leerlo para saber que no se había reproducido en seis meses. 

Que estaba bien.

Sintió una confortable sensación de tranquilidad, de alivio… No pudo evitar llorar de emoción y saber que tenía unos meses más, hasta la próxima prueba, que quizá pudiera confiarse, relajarse y esperar a que sus células no volvieran a rebelarse nunca.

El resto del día fue tan bueno como el comienzo. Después de las compras, la peluquería y los masajes, Julieta se sentía de nuevo una mujer normal. Ambas eligieron un modelo elegante para el restaurante, con idea de que no fuera la última parada del día. Julieta se puso un conjunto blanco, de pantalón de pinzas y blusa de corte minimalista que quedaba muy bien con su nueva melena recta, por encima de los hombros. Combinado con una chaqueta también blanca, con detalle en negro y unos tacones de vértigo de color fucsia. El remate fue uno de los regalos que Mathilde le había traído desde París. Un colgante dorado en forma de pirámide hueca, y cuyos bordes estaban rematados con pequeños brillantes plateados. No era muy grande, pero resultaba extravagante al ponerlo bajo un fondo blanco. Alice, por el contrario, iba de riguroso negro, con un vestido corto y ajustado y unos maxi pendientes de cristales de colores.


El restaurante estaba repleto de gente de la élite de Nueva York. Actores, músicos, celebrities, abogados, escritores famosos… Todos mezclados en lugar acogedor y moderno, lleno de negros y dorados, cuyo techo, repleto de cientos de lámparas de cristal de muchos colores, dejaba un tono en el ambiente que resultaba atrayente para toda esa gente que dejaba de esconderse del mundo por unas horas. Al parecer, la gran mayoría había escogido el mismo escondite.

                -Hoy me siento una estrella aquí dentro, gracias. Además de guapa con este conjunto ¿Sabes cuánto llevaba sin ir de compras?-Reconoció, sonriéndole a Mathilde, que brindó con su copa de vino, orgullosa de su trabajo.

                -Te lo mereces, ni siquiera sé porque has vuelto a trabajar… Podrías cuidar a Isaac durante la semana y descansar los fines de semana. Dejar el bufete en otras manos. No sé de qué te vale ser tu propia jefa si trabajas tantas horas.

Julieta soltó una carcajada y abrió mucho los ojos, para contestarle.

                -Me gusta mi trabajo. Y tener un bebé antes de los veinticinco no implica que tenga que dejarlo todo y ponerme un mandil. Adoro lo que hago, ¿Por qué me hablas tú de esto? La doctora Amette, la que vive por y para su estudio y no tiene problema en trabajar en turnos de veinticuatro horas en el hospital.

                -No es lo mismo. Yo necesito trabajar…

                -Sí, si es lo mismo. Que mi padre me dejara algunos millones no quiere decir que me vuelva una Paris Hilton-Explicó Julieta.

                -Bueno, sí, llevas razón-Aceptó Mathilde, riendo por el comentario-Cambiando de tema, dos mesas a tu izquierda hay un rubio guapísimo que no deja de quitarte la vista de encima ¡No mires ahora!

No pudo evitar sonrojarse. Mathilde siempre tenía momento para un comentario que la hiciera sentir incómoda de miles de maneras diferentes, pero esta vez, era distinto. Pensó en Elliot y la noche dio una bajada en picado. Bufó y se acabó la copa de vino.

                -¿En serio, Mathilde? ¿Cuánto tiempo crees que ha pasado desde…?

                -El suficiente. Tenéis que empezar a rehacer vuestras vidas-Le soltó con dureza.

No tuvo tiempo de reflexionar sus palabras. La imagen de Elliot en África, con aspecto sucio y sexy le puso de mal humor.

                -Seguro que Elliot ya ha conocido a alguna doctora en el hospital de campaña. Alguien bueno… Guapa, quizá morena…

                -¡Definitivamente estás mal de la cabeza! Un buen paso para que se olvide de ti es hacerle ver que tú lo haces. Sólo así encontrará a una voluntaria que le haga dejar de pensar en ti.

Claro que lo haría. Lo sabía desde el mismo día que le dijo a Mathilde que no sentía nada por él. Que se lo había dicho a él, el día que decidió partir su corazón. Los había engañado, a todos y cada uno, y aún lo hacía. Así debía de seguir, hasta que pudiera olvidarlo y con él, las circunstancias externas. Por el bien de todos.

Ciertamente, el bien de todos se alejaba de ella. Y el día en que las palabras de Mathilde se cumplieran, tendría que lidiar con los celos. Algo que aún no se había planteado.

Así que giró la cabeza hacia la izquierda para mirar a su observador misterioso. Sonrió al ver a Andrew, en una mesa con más personas. Después volvió la cabeza hacia Alice y le hizo un guiño.

                -Trabaja para mí. Me mira porque come con lo que le pago-Le explicó divertida y volvió a mirar. Pero está vez, Andrew también lo estaba haciendo. Y sus miradas se encontraron un segundo, antes de que Julieta la apartara.

                -Podrá trabajar para ti, pero esa mirada no significaba eso…

                -Mierda, me ha visto. Joder, ¿Qué crees que va a...?

                -Viene hacia aquí, cariño-La informó Mathilde, conteniendo la risa.

                -¡No voy a liarme con un abogado de mi bufete…Nunca!-Dijo en voz baja, fulminándola con la mirada.

Julieta se puso recta y se aclaró la garganta, muerta de vergüenza. Examinó a Andrew mientras se acercaba. Era guapo y agradable y además tenía un gusto exquisito para la ropa. Esa noche llevaba un traje gris oscuro con una camisa blanca que le sentaba como un guante. Sabía exactamente como vestir y de qué manera llevarlo. Además, sus facciones eran insultantes; Labios gruesos, mirada sexy y nariz perfecta… grande y en su sitio. Aunque hasta esa noche, no se había fijado en él de esa manera.

¿Qué tenía que perder? Y la verdad era mucho, pero era lo que necesitaba.







5 comentarios:

  1. Que paso?? Por que mintio?? :( si lo quiere con todo su ❤️

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  2. Mi Dios!!!!!! Leí tu novela en menos de 24 horas, fue absolutamente avasallador me la pase con le corazón en la mano al final de cada capítulo. Admito ser una romántica empedernida, y he llorado como una boba con esas situaciones tan dramáticas y tristes. Sinceramente no me gustaría que después de todo lo que pasaron esta linda pareja tengan que terminar separados, seria devastador para mi pobre corazón, aunque admito que me parece una idea genial pinchar un poco a estos encantadores y complicados personajes con una pizca de celos, pero solo para que entiendan los estúpidos que pueden llegar a ser y no darse cuenta de lo mucho que se aman. Espero no estropear nada. Y bueno solo te felicito por tu maravillosa manera de escribir. Tratare de estar al pendiente de cada nuevo capitulo. Un abrazo enorme.

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  3. Como si se acababan de casar, que paso, que me perdi, por mug enojado que estuviera no es para separarse.

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  4. I el otro capitulo ? Lo espero con ansiaas

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  5. Hola. Publico los sábados, pero he estado ocupada. Publicaré pronto :)

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