Cerró la puerta tras ella
y suspiró, apoyando la espalda en la madera. Fuera, había una brisa agradable que le acariciaba el rostro mientras le daba vueltas a lo acababa de
pasar arriba. Los problemas empezaban a apilarse, como hacía meses, cuando sentía
esa sensación de ahogo constante. La sensación de que un paso en falso podía
arruinarlo todo.
Metió las manos en los
bolsillos de la chaqueta de Andrew y esperó a Mathilde sentada en el escalón de
la casa, observando a los transeúntes que paseaban aquella mañana de domingo. Pasó
una mujer mayor, de pelo canoso y gesto amable, con un niño pequeño de unos
seis años.
-¡Quiero un helado de fresa! ¿Podemos llevarle uno al
abuelo?-Preguntó el pequeño, tirando de su brazo.
-Ya has tomado un helado esta mañana, puede que esta
tarde… pero tienes que portarte muy bien-contestó ella, alzando un dedo en su
dirección.
Su respuesta fue un
cúmulo de saltitos y asentimientos de cabeza. Todo a la vez.
La mujer miró un segundo
a Julieta y le sonrió. Ella le devolvió el gesto y los vio alejarse por la acera,
aún con la escena grabada en su retina. Sintió una punzada en el pecho, un
dolor extraño, provocado por el agujero de aquellos escasos días de felicidad
con Elliot. Cuando los problemas pasaban a un segundo plano porque eran capaces
de eclipsarlos, sólo por el hecho de ser ellos.
Pasados unos minutos,
escuchó el sonido de los frenos de un coche, seguido de varios pitidos de los vehículos
que transitaban la calzada. Julieta vio aparecer un Audi negro a gran velocidad,
dirigiéndose hacia ella. Tragó saliva y retrocedió un par de pasos, por
precaución. Entonces, el coche aparcó con rapidez justo enfrente de ella,
dificultando el tráfico.
Julieta respiró hondo,
notando como el corazón estaba a punto de salírsele del pecho. Tenía las
ventanillas tintadas y no se veía quien era su ocupante. Su instinto le susurró
que saliera de allí. Pensó en correr, en gritar… pero estaba paralizada por un
escalofrío que recorría todo su cuerpo.
De repente, la puerta del
copiloto se abrió. No iba a valerle de nada correr o gritar, ni siquiera
pensaba ya en ello después de ver quien conducía.
Jess la miró con una
sonrisa maliciosa.
-Estás un poco pálida, tranquila, no voy a intentar
matarte… -dijo, como si aquella conversación resultara de lo más cotidiano-
otra vez. Sólo quiero que hablemos.
Sus pies temblaron,
dudosos en si debían avanzar y adentrarse en ese plan tan turbio. Se fijó
detenidamente en ella. No llevaba ese espectacular y agresivo aspecto de
siempre, sino que parecía alguien normal. Una chica… normal. Su maquillaje era
simple, lejos de las sombras negras que Julieta veía en sus pesadillas, y de
sus labios de un intenso color burdeos. Su pelo alborotado y pelirrojo, ahora
estaba liso y recogido en una coleta. Hasta su ropa había cambiado para mejor.
Llevaba vaqueros y camisa estampada de flores.
-¿Qué quieres?-preguntó Jul en un hilo de voz.
Jess cogió aire y la miró
fijamente, apretando la mandíbula.
-Hablar.
Su expresión era lo único
que seguía como siempre. Julieta cerró los ojos un momento, mareada, aceptando
lo inevitable; ella movía los hilos y no podía negarse a una de sus peticiones.
Estaba atada de pies y manos, cegada por la furia de ser incapaz de controlar
sus actos.
La pelirroja había
avanzado terreno en los últimos meses. Sabía a la perfección como jugar sus
cartas, en cómo hacer que el espacio entre el deber y la responsabilidad de
Julieta con ella, se estrechara peligrosamente. Era el macabro resultado de las
circunstancias, de un mal paso, de la suerte… o del destino.
Para Jul significaba
culpabilidad, un mal paso que la llevaba hasta un vehículo con los cristales
tintados.
-¿Por qué debería hacerlo?-preguntó y tragó saliva
para sonar entera- Meterme en un coche… claramente de incognito, contigo. No es
muy inteligente.
-Cariño, vengo en son de paz. Además, ya sé que sabes
defenderte. No quiero pelear contigo. Sólo quiero hablar, no es lo que
crees-explicó Jess, más apaciguada que de costumbre.
Hubo algo en sus palabras
que logró interesarle. Julieta sabía que su comportamiento no era el habitual,
el de la noche anterior y aquello sólo hacía presagiar que algo le había hecho
cambiar de parecer. Así que finalmente, se dejó llevar y se metió en el coche,
echando un último vistazo a la casa de Andrew.
Jess metió un pendrive en
la ranura del coche y comenzó a sonar una canción de The Strokes de fondo.
<< ¿Dónde te has metido, Julieta?-pensó para
sí, alejándose de la calle>>
-Cinturón, por favor-rogó Jess, cuyos ojos estaban
fijos en la carretera.
Jul la escudriñó con el
ceño fruncido, intentado indagar en sus intenciones, lo cual resultaba
realmente difícil, dado su historial y su actual cambio de registro. Lo único
que se le ocurrió fue que no fuera ella misma, sino una versión menos diabólica
que quería compensarla, una hermana gemela buena. Cada una de sus absurdas
teorías, le provocaban dolor de cabeza, mientras desmenuzaba cada una de sus
palabras “Sólo quiero hablar”. Empezaba a tener calor, a notar como su pecho se
elevaba cada vez más deprisa, hiperventilando.
Se esforzó por apaciguar su
respiración, pero tenerla a pocos centímetros, en ese estado ciego de
información, lo hacía algo imposible.
Tenía miedo a hablar, a
desencadenar su furia por una palabra fuera de lugar. Sentía que andaba entre
figuras de cristal, pendientes de hilos muy finos que colgaban del techo. Un
paso en falso podía culminar esa falsa armonía.
-¿A dónde vamos?-cuestionó finalmente, tensa.
Jess suspiró y apretó las
manos entorno al volante, haciendo que el color de sus nudillos pasara a ser
blanquecino.
-Mira, no espero que me creas, nuestros encuentros en
el pasado han sido algo violentos…
Julieta se removió en el
asiento y la miró con una sonrisa irónica sobre los labios.
-¿Violentos? ¡Intentaste matarme! ¡A mí! ¡A Elliot…!-Explotó,
nerviosa, respirando con dificultad- ¡¿Qué se supone que tengo que creerme de
ti?! ¡Estás loca!
-Tú me has destrozado la vida-le incriminó ella, en
voz baja y sin mirarla.
-¡Y me arrepiento! ¡Pero no tenía otra opción! ¡Ibas
a matarme! ¡Tenías un arma! ¡Lo siento… lo hice en defensa propia! Estás loca…
¿Quién me asegura que no vas matarnos a las dos en este coche?
Los gritos salían de su
garganta sin meditarlos un segundo. Estaba llena de furia contenida, de frenesí
y adrenalina, provocando un sentimiento imparable que nunca se había atrevido a
tener con Jess.
Julieta la miró de reojo.
Seguía con la vista fija en la carretera y mantenía un gesto inexpresivo, lo
que conseguía alterarla aún más. Empezaba a costarle demasiado respirar, como
si el aire se agotara por momentos y cada exhalación tuviera menos oxígeno para
sus pulmones.
Intentó abrir la
ventanilla, pulsando el botón de la puerta del copiloto varias veces, pero
estaba bloqueado. Se giró para mirar a Jess, llevándose las manos al pecho.
-Eh, tranquila, relájate…-murmuró Jess con calma.
-Abre las ventanas-le rogó, empezando a visualizar
pequeños puntos brillantes en sus ojos-¡JESS! ¡Abre las ventanas! ¡ABRELAS!
Jess la observó unos
segundos, con el rostro crispado y las abrió deprisa.
Notó un alivió inmediato
al sentir el viento rozando su rostro. Se dejó caer en el asiento e inhaló con
violencia, recomponiendo sus latidos. La cabeza le dolía horrores y notaba un
líquido cálido en la nariz. Se llevó la mano a la cara y vislumbró sus dedos
manchados de sangre. Después miró a su acompañante, que la miraba
intermitentemente, con gesto preocupado.
-Estás… pálida-dijo, pausadamente.
-¿Qué… quieres de mí?-preguntó Jul.
***
<<-Bienvenida a casa, nena-exclamó Elliot.
Le rodeaba la cintura con
su brazo, en actitud protectora. Estaba sonriente y entusiasmado, como si lo
pasado en los últimos días no importara. Julieta intentó imitar su gesto, pero
le salió una extraña mueca de desagrado. Caminaron despacio por el hall, un
lugar cálido de dónde emanaba esa rara tranquilidad, de la que sólo disponen la
clase de sitios que te hacen sentir en familia.
-Es genial-reconoció, no muy convincente.
Ella quería disfrutar
de ese momento, del instante de "pareja normal” que le ofrecían sus vidas después
de que un conjunto de acontecimientos las truncara. Lo difícil, radicaba en enterrar lo que estaba vivito y coleando. Lo que nadie debía conocer, la razón por la
cual Julieta no podía pegar ojo desde que volviera a la vida, la razón por la
que se aferraba a la consciencia y a un teléfono móvil, sin mirar siquiera un
momento al frente y fijarse en la vida que trascurría segundo a segundo. Justo
en sus narices.
Después de convencerse de
su propia y desquiciada culpabilidad, cuando pensamientos extremos le habían
llevado a tomar medidas desesperadas, y con ello, un sinfín de consecuencias,
descubrió la verdad: Dura, sin adornos ni florituras, y tan desquiciante que le
llevó un tiempo reaccionar ante esa verdad.
Era todo cierto. Su
realidad. La historia desesperada de una enferma de cáncer con pocas
posibilidades de supervivencia. La de una mujer que descubre que su marido ha
sido agredido por una loca ciega de celos… la misma que los secuestra y hace
peligrar su futuro en un barco atracado junto al río.
¿Y sí descubres que tu
pesadilla no es en realidad una pesadilla? Había intentado por todos los medios
hacer caso a los médicos, a los policías y a su propia familia. Hasta el punto
de no creerse su propia versión. Hablaba su tumor y no ella: Jess no estaba
allí. Ella y sólo ella, una importante abogada con una vida estable, era quien
se dedicaba a inventar una historia que culminaba atacando a Elliot.
La razón de su existencia.
La razón de su existencia.
Incluso Elliot, por la
pérdida de sangre y el shock acumulado se veía obligado a verla como la auténtica
culpable.
Un plan perfecto.
Él no presentó cargos y
la empatía del mundo ante una pobre joven con los días contados, hizo el resto.
Julieta se sentó cansada
en uno de los sofás y se tocó con nerviosismo la cicatriz de la frente.
-Puede que pueda ver a Isaac ya… Estoy recuperada-murmuró,
mirando hacia el suelo.
Levantó la vista para
fijarse en la expresión de desaprobación de Elliot. Él frunció el ceño y le
dedicó una media sonrisa.
-Ya sabes lo que han dicho los médicos. Debemos
esperar un poco, saber que estás… estable.
Se le encogieron las
tripas y tragó saliva para no vomitar con la última palabra. Ahora buceaba en
una especie de tratamiento mental que se basaba en descubrir si había perdido
la cabeza. Y aquello conllevaba no poder cuidar a su propio bebé.
Dos veces en semana,
debía acudir a un psiquiatra con el que charlaba una hora. Los temas eran muy
variados; desde los acontecimientos del día a sus sentimientos en determinados
tramos horarios. Desde su vida hasta aquel momento, al posible odio que cosechaba
hacía Elliot.
-Claro… estable-repitió con asco.
Se puso en pie y subió
con velocidad las escaleras, evitando su contacto en todo momento, ignorando
sus “nena…” con esa pronunciación llena de culpabilidad. Se metió en el baño y
cerró la puerta, después se sentó en el borde de la bañera y observó la
pantalla de su iPhone. Notaba las punzadas de odio al mirarlo, como
si aquel aparato pudiera cambiar los acontecimientos a su antojo.
Entonces, vibró en su
mano.
Le bastó un segundo para
comprobar de quien se trataba. Jess.
Otro para descolgar.
-Supongo que cada vez te medican menos…-murmuró una
voz ronca, que se esforzaba por respirar.-Ahora respondes con mayor… rapidez. Eso es genial.
-Sí, algo así... ¿Cómo…?-la pregunta se quedó en el aire porque le
pareció demasiado irreal saliendo de sus labios.
-Viva… ¿Cuándo…? ¿Cuándo puedes venir a verme?-Cuestionó,
casi en tono de súplica.
-Me tienen controlada, acabo de salir de la clínica y
Elliot está muy… pendiente.
Hubo un silencio, en el
que Julieta sintió un escalofrío casi familiar. Uno de aquellos que llevaba
semanas sintiendo.
-Dios, Julieta… Llevo días sobria y postrada a una
cama. Sólo te pido unos minutos. Unos segundos de tu valioso tiempo-susurró
lentamente-Necesito verte.
Ella sopesó sus palabras
y sus propias posibilidades. No tenía ni idea de que se le pasaba por la
cabeza, pero reconocía el miedo, la necesidad de indagar en aquel problema sin solución.
<<Te mataré si
dices algo-recordó, en la voz moribunda de Jess>>
-Envíame la ubicación al móvil. Salgo en cinco
minutos.>>
***
Despertó con el sonido
estridente de una voz que le gritaba. Abrió los ojos y vislumbró como poco a
poco un conjunto de imágenes borrosas se volvían cada vez más nítidas. Estaba
en lo que parecía una sala de trauma de un hospital y una médica le sonreía, sosteniendo
una pequeña linterna que apuntaba hacia el techo.
Recordó esa sensación, la
de la imposibilidad de controlar su cuerpo, la de aparecer en algún sitio
desconocido sin saber muy bien cómo. Dio un respingo e intentó incorporarse,
pero los brazos de aquella mujer rubia de rostro infantil se lo impidieron.
Llevaba una bata blanca adornada con un pin de tela en forma de oso sonriente.
-Tranquila, Julieta, estás en urgencias. Te ha traído
Anna, estás bien-explicó amablemente-Incorpórate con cuidado.
Su mente intentaba procesar
toda esa información, al tiempo que se preguntaba quién era Anna.
-Me duele… la…-gruñó, parando en seco por los
pinchazos en sus sienes.
-Es normal. No te esfuerces demasiado. Estás cansada, sólo eso.
Entonces, volvió al coche
y a su ataque de pánico. Fue entonces cuando la vio, apoyada en el marco de la
puerta. Jess… que ahora debía ser Anna. Le sonrió y se acercó poco a poco a las
dos. Jul la siguió con la mirada, manteniendo el ceño fruncido.
-¡Cariño, estás bien!-exclamó Jess, quien había
conseguido que sus ojos parecieran vidriosos. Se acercó y le cogió la mano con
fuerza.
Julieta intentó aparentar
normalidad, conmocionada por ese cariño teatral que le provocaba nauseas.
Estaba exhausta, hundida por su propio peso y el repiqueteante dolor de cabeza.
Agravado por esas nuevas y extrañas “circunstancias”.
-Sólo ha sido una hemorragia que hemos controlado,
Julieta. Puede que debieras ir a tu médico después de este susto. Anna me ha
puesto al corriente de tu historial y de que acabáis de llegar desde
Inglaterra-prosiguió e hizo una pausa, mirándolas a las dos con admiración-Hacéis
una pareja encantadora. Voy a enviar a una enfermera para que te haga una TC y
unos análisis. Un poco de rutina no es nada ¿Verdad?-estrechó el hombro de Jess
antes de darse la vuelta-Os veo luego…
Cuando cerró la puerta,
la sonrisa de Jess se disolvió drásticamente. Se acercó más a la cama, en
actitud tensa y bufó cerrando los ojos unos segundos. Luego la miró y su
respiración se relajó.
-¿Estás bien?-preguntó en tono frío. No el suficiente
para ser normal en ella.
Julieta la contempló unos
segundos y asintió. Realmente parecía diferente… y aquello, lejos de
tranquilizar, aterraba. Luego estaba el hecho de que en esa realidad, eran
pareja y que nada tenía sentido.
-¿Me desmayé? ¿Dónde estamos?-la interrogó, en un
hilo de voz.
Ella se cruzó de brazos y
se sentó en uno de los sillones.
-Estamos en un Hospital de Jersey, no quieras hacer
más preguntas…-dijo, negando para sí.
Julieta observó que
estaba incómoda, como si se sintiera culpable y mal consigo misma por lo que
estaba pasando allí dentro.
-¿Cuánto llevo dormida?
-Unas cinco horas. Me aseguraron que era mejor que
descansaras.
Eso la pillo
desprevenida. Se incorporó de golpe y contuvo la respiración, reflexionando en
el tiempo que había pasado desde que salió de casa de Andrew… en la de probabilidades
que había de que todos se estuvieran preocupando por su injustificada ausencia.
Salió con dificultad de
las sábanas y se sentó en la cama, intentando quitarse los tubitos transparentes
que rodeaban su cabeza.
-¡Eh! ¡Qué coño haces!-Exclamó Jess entre susurros.
-Llevo horas fuera… no tengo mi teléfono encima ¿Qué
crees que estarán pensando?-bramó, sacando fuerzas invisibles para hacerlo. Le
dedicó un gesto de odio y volvió a centrar su atención en la vía de su brazo.
-A ver… Estás enferma, te guste o no-río Jess,
empujándola hacia el colchón con suavidad-No estoy dispuesta a que pase lo
mismo en el coche.
-¿Pero que pasa contigo? ¿Ahora te preocupas por mi
salud?-gritó Julieta, vislumbrando lucecitas en sus ojos.
Entre los puntitos de
colores, observó como esa sicópata se hacía cada vez más pequeña delante de sus
ojos.
-Lo siento. No se me ha ocurrido otra cosa que
traerte aquí. Haré lo que me digas… menos lo que ya sabes. Puedo llamar a
alguien si quieres.
<<Menos lo que ya
sabes-pensó Julieta-Elliot, el mundo real>>
Se rindió y se dejó caer
en la cama, cerrando los ojos momentáneamente.
-Déjame pensar un momento-murmuró, intentando que su
mente se quedara en blanco.
-No sabía que habías vuelto a las andadas. Tú y tu cáncer…
otra vez-bromeó Jess, volviendo a hacer algo típico de ella misma. Comentarios
que sabían a veneno.
Julieta la miró, ardiendo
en esa furia incontenible que le quemaba las entrañas. En su pecho se abría un
agujero profundo, ese amigo que le recordaba que los mañana, eran sobre todo un
breve quizás.
-Vete. Déjame sola.
-Julieta Pope…
Oír su nombre pronunciado
por ella, fue el detonante del nudo que se abría paso en su garganta.
-Te he hecho daño… mucho, te he destrozado la
vida-reconoció, sintiendo como las lágrimas se precipitaban por sus mejillas-
pero tienes que parar. No puedo vivir así… no… no puedo-sollozó, fijándose en
sus ojos color miel, cada vez más lejanos.
Jess parpadeó un par de
veces y ladeó la cabeza en un movimiento torpe, como si sufriera un profundo
dolor físico.
-No he venido para hacerte más daño. Quería llegar a
un acuerdo… hablar-explicó.
-Hablar-susurró Jul, soltando una risita nerviosa-Eso
es extraño viniendo de la mujer que intentó acabar conmigo en varias ocasiones.
-Lo sé, tal vez perderlo todo me haya hecho darme
cuenta de mis errores, de que hay sentimientos incontrolables que te ciegan… de
que no quiero ser así. Te odio con todas mis fuerzas-le tembló la voz e hizo
una pausa-pero sé que es irracional.
Ni siquiera se atrevió a
contestar. No se le ocurría nada que decir ante esa inesperada confesión. Noto
un profundo estado de libertad, un torrente emocional desconocido y asombroso.
Después vino la desconfianza. Amarga y fría.
-Me debes algo-le dijo por fin, embriagada por el poder.
que ganas de saber mas
ResponderEliminarun capitulo estupendo
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